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Esperanza nuestra es nuestro Dios, el único que nos ha dado vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Por medio de Su sacrificio en la cruz del Calvario, fuimos reconciliados con el Padre y hechos partícipes de una nueva vida. Cristo, al resucitar de entre los muertos, abrió un camino de esperanza para todo aquel que cree en Él. Esa esperanza no es incierta ni pasajera, sino una esperanza viva y eterna, que nos sostiene cada día y nos impulsa a seguir adelante con fe.
El apóstol Pedro, testigo directo del poder de Dios y de la resurrección de Cristo, nos habla con autoridad acerca de esta esperanza viva. Él había visto al Maestro morir, pero también lo vio resucitado, victorioso sobre la muerte. Por eso, su mensaje no es teórico, sino una declaración de experiencia: “Nos hizo renacer para una esperanza viva.” Pedro entendía que la vida cristiana no se fundamenta en lo que vemos, sino en lo que creemos. Nuestra esperanza no está en las cosas terrenales ni en los logros humanos, sino en el Cristo resucitado que vive y reinará por los siglos de los siglos.
Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.
1 Pedro 1:3
Pedro adoraba profundamente al Señor al comprender el alcance de esta salvación. Cada palabra de este versículo es una expresión de gratitud. Él no podía permanecer callado ante tan grande redención. Nosotros también debemos elevar nuestro corazón en alabanza, porque esa misericordia nos alcanzó. El sacrificio de Cristo no fue en vano; por medio de Su sangre fuimos justificados, y por Su resurrección fuimos hechos herederos de la vida eterna. Esa es la esencia de nuestra fe: haber sido transformados de muerte a vida, de condenación a esperanza.
Esta verdad gloriosa nos fortalece cuando atravesamos momentos de prueba. Cuando las luchas y dificultades nos hacen pensar en rendirnos, debemos recordar que Cristo venció la muerte y nos dio una nueva razón para vivir. La cruz nos muestra el precio del amor, y la resurrección nos revela el poder de la esperanza. Él es nuestra roca firme, nuestro refugio seguro, nuestra esperanza viva que nunca falla. Aun cuando el mundo ofrece desesperanza, los hijos de Dios miran al cielo con confianza, sabiendo que su Redentor vive.
Por eso, amado hermano, no desmayes. La misma esperanza que sostuvo a Pedro y a los primeros cristianos es la que hoy sostiene a la iglesia del Señor. Cristo resucitado es la garantía de que no todo termina aquí. Nuestra fe no está basada en teorías, sino en una tumba vacía y en un Salvador que reina. Recuerda cada día esta verdad: has sido renacido para una esperanza viva. No pongas tu mirada en lo que perece, sino en lo eterno. Jesús es tu esperanza hoy, mañana y por toda la eternidad. Vive confiado en Él, y proclama con gozo que Cristo ha resucitado, y en Él tenemos una esperanza viva que jamás morirá.
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