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La fe en Cristo Jesús es la fuerza invisible que sostiene la vida del creyente, el motor que impulsa a continuar aun cuando los vientos soplan en contra. Es por medio de la fe que entendemos el propósito de nuestro caminar cristiano y podemos permanecer firmes en medio de la adversidad. Sin fe es imposible agradar a Dios, porque la fe nos conecta directamente con Su poder y nos permite ver lo invisible. En esta carrera espiritual que se nos ha encomendado, la fe es la brújula que guía nuestros pasos y el escudo que nos protege contra las dudas y temores que el enemigo quiere sembrar en nuestros corazones.
Por eso, cada día debemos orar al Señor, pidiendo que nuestra fe no mengüe, sino que crezca y se fortalezca a través de las pruebas. La fe no se desarrolla en la comodidad, sino en la dificultad. Es cuando atravesamos el fuego que aprendemos a confiar plenamente en Dios. El apóstol Pedro nos enseña que la fe genuina, aunque sea probada por fuego, produce alabanza, gloria y honra cuando se manifieste Jesucristo. Debemos recordar que la fe no es simplemente creer en la existencia de Dios, sino depender de Él completamente, aún cuando no entendemos lo que sucede a nuestro alrededor.
obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.
1 Pedro 1:9
Este versículo resume la esencia de nuestra vida cristiana: la fe que sostiene, la esperanza que anima y la salvación que espera. La fe no es un sentimiento momentáneo, sino un compromiso permanente con Dios. Pedro mismo fue probado en su fe cuando el Maestro le pidió que caminara sobre las aguas. Mientras su mirada estuvo fija en Jesús, Pedro caminó sobre lo imposible. Pero cuando dudó y miró las olas, comenzó a hundirse. Así es nuestra vida espiritual: cuando fijamos los ojos en Cristo, avanzamos con firmeza; cuando los apartamos, las circunstancias nos vencen. Sin embargo, Jesús siempre está allí, extendiendo Su mano para levantarnos y fortalecer nuestra fe.
Cada creyente debe aprender a valorar la fe que ha recibido. No se trata de una fe débil o pasiva, sino de una fe viva que produce obediencia, confianza y esperanza. Es una fe que nos hace resistir en medio de la tribulación y esperar con gozo la recompensa prometida. La fe verdadera transforma el corazón y produce frutos visibles: amor, paciencia, humildad y perseverancia. A través de ella caminamos en obediencia y alcanzamos la victoria que el mundo no puede entender.
Amado hermano, si sientes que tu fe se debilita, no te desanimes. Aun los grandes hombres de Dios tuvieron momentos de duda. Lo importante es acudir al Señor y decirle con sinceridad: “Aumenta mi fe.” Él no rechaza un corazón contrito y humillado. La fe no depende de la fuerza humana, sino del poder de Dios que actúa en nosotros. Cree que Cristo murió y resucitó para salvarte y fortalecerte. Cada prueba que enfrentas es una oportunidad para ver la fidelidad de Dios en acción.
Por eso, sigue creyendo aun cuando no veas resultados inmediatos. Persevera en la oración, mantén tu mirada fija en el Señor y recuerda que tu fe tiene un propósito eterno. El fin de tu fe será la salvación de tu alma, y esa promesa es inmutable. Dios te ayudará, te levantará y cumplirá Su palabra. Ten fe en medio del desierto, porque pronto verás florecer el milagro. Jesús dijo: “No temas, cree solamente.” Y esa sigue siendo la invitación para cada uno de nosotros hoy: creer, confiar y permanecer firmes hasta el fin.
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