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En su segunda carta a los Corintios, el apóstol Pablo nos deja una enseñanza poderosa acerca de la perseverancia en medio de las pruebas. Él conocía muy bien el sufrimiento, las traiciones, las cárceles y las persecuciones, pero nunca dejó de predicar el evangelio. Su secreto estaba en la fortaleza que venía de Dios. Por eso, en sus palabras, vemos un llamado a no desmayar, a mantenernos firmes en la fe, sabiendo que la obra que el Señor ha comenzado en nosotros, Él mismo la perfeccionará hasta el día de Cristo.
Pablo anima a los creyentes de Corinto a estar animados y llenos de esperanza, recordándoles que no están solos. La misericordia de Dios los había alcanzado y sostenido hasta ese momento, y esa misma misericordia seguiría siendo su fuente de fuerza. El apóstol no hablaba desde la comodidad, sino desde la experiencia de un siervo que había sufrido por causa del evangelio. Aun así, podía decir con firmeza que “no desmayamos”, porque su mirada no estaba puesta en lo visible, sino en lo eterno. Este ejemplo nos invita a confiar plenamente en Dios, incluso cuando las circunstancias parecen adversas.
Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos.
2 Corintios 4:1
Este versículo es una declaración de fe y determinación. Pablo no ignoraba las dificultades del camino, pero su convicción en la verdad del evangelio lo mantenía firme. En los versículos siguientes, advierte contra adulterar la Palabra de Dios, recordando que el mensaje del evangelio no debe ser manipulado para beneficio personal. Más bien, debe ser predicado con pureza, integridad y fidelidad. El apóstol insiste en que toda sabiduría humana debe rendirse ante el conocimiento de Cristo, para que sea Dios quien dirija nuestros pasos y pensamientos.
El llamado de Pablo sigue siendo el mismo para nosotros hoy: permanecer fieles, no rendirnos y seguir proclamando la verdad. Vivimos tiempos en los que muchos abandonan la fe ante la primera dificultad o se desvían buscando doctrinas más cómodas. Pero los verdaderos hijos de Dios son aquellos que permanecen, aunque los vientos soplen en contra. Recordemos que la obra del Señor no se sostiene con fuerza humana, sino con el poder del Espíritu Santo. Cuando nos sentimos cansados o sin ánimo, debemos acudir al Señor en oración y pedirle nuevas fuerzas, porque “los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas.”
Amados hermanos, no permitamos que las pruebas apaguen el fuego que Dios encendió en nuestros corazones. El mundo puede desanimarnos, pero la misericordia del Señor nos renueva cada día. Mantengamos los ojos puestos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe. No adulteremos la Palabra, ni cambiemos el mensaje para agradar a los hombres. Sigamos fielmente el ejemplo del apóstol, predicando con sinceridad, viviendo con integridad y sirviendo con amor.
Si estás pasando por momentos difíciles, recuerda las palabras de Pablo: “No desmayamos.” Esa frase encierra una victoria espiritual. Significa que, aunque caigamos, nos levantamos; aunque lloramos, seguimos adelante; aunque seamos perseguidos, no estamos abandonados. Dios es quien sostiene tu ministerio, tu vida y tu fe. Por eso, sigue caminando con esperanza, confiando en que Aquel que comenzó la buena obra en ti, la perfeccionará. No desmayes, porque el Señor está contigo y Su misericordia es nueva cada mañana.
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