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Cada día que pasa en la vida del creyente representa una batalla espiritual constante. Vivir conforme a la voluntad de Dios no es tarea sencilla, pues estamos rodeados de distracciones, tentaciones y pruebas que buscan apartarnos del camino de la salvación. El enemigo trabaja incansablemente para debilitar nuestra fe, y si no permanecemos firmes, podríamos descuidar la buena obra que Dios ha comenzado en nosotros. Por eso la Escritura nos recuerda la importancia de mantenernos vigilantes, perseverando en oración, obediencia y santidad. No podemos permitir que el cansancio o la rutina espiritual nos hagan perder de vista el propósito eterno: estar preparados para el glorioso retorno de nuestro Señor Jesucristo.
La Biblia nos manda claramente a orar sin cesar (1 Tesalonicenses 5:17), no solo como un hábito religioso, sino como una necesidad vital para mantenernos espiritualmente despiertos. La oración es el aliento del alma; sin ella, el creyente se debilita. Jesús, nuestro ejemplo perfecto, oraba constantemente y exhortó a Sus discípulos a hacer lo mismo, diciéndoles: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”. Orar nos mantiene en comunión con Dios, nos fortalece en medio de las pruebas y nos prepara para los tiempos difíciles que vendrán. Porque ciertamente, como enseña la Palabra, no sabemos el día ni la hora en que vendrá el Señor por Su iglesia, y ese día se acerca más de lo que imaginamos.
Jesús mismo enseñó que ni los ángeles del cielo saben el día ni la hora de Su regreso, solo el Padre. Si los hombres conocieran la fecha exacta, muchos esperarían hasta el último momento para arrepentirse. Pero el Señor, en Su sabiduría, nos deja en incertidumbre para que aprendamos a vivir preparados cada día. El creyente prudente no busca señales para actuar, sino que vive en obediencia permanente, sabiendo que su redención está más cerca que nunca. No sabemos si vendrá “al canto del gallo” o “a la medianoche”, pero sí sabemos que Su venida será repentina y gloriosa, y que tomará al mundo por sorpresa.
Por eso, amados hermanos, debemos perseverar en oración y santidad, fortaleciendo nuestra fe y caminando conforme al llamado del Señor. No hay tiempo que perder. Cada día que el Señor nos da es una oportunidad para consagrarnos más a Él, para pedir perdón, para compartir el evangelio y para servir con amor. No podemos dormirnos espiritualmente cuando las señales del fin son tan claras: la apostasía, la corrupción, la falta de amor, las guerras y los rumores de guerra. Todo apunta a que el regreso de Cristo está a las puertas.
Hermanos, velad y orad con fervor, para que cuando suene la trompeta final, seamos hallados dignos de estar de pie ante el Hijo del Hombre. Que ese día no nos sorprenda sin aceite en nuestras lámparas como las vírgenes insensatas, sino preparados como las prudentes que esperaban al esposo. El Señor viene por una iglesia pura, sin mancha ni arruga, una iglesia que ha guardado Su palabra y no ha negado Su nombre. Si permanecemos firmes, reinaremos con Cristo por los siglos de los siglos. Que el Espíritu Santo nos fortalezca cada día para ser fieles hasta el final y estar listos para aquel glorioso encuentro en las nubes. ¡Cristo viene pronto!
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