El Señor es quien nos ha sostenido con Sus manos poderosas desde el principio de nuestra existencia. Cada respiración, cada paso, cada día que vivimos, es evidencia de Su fidelidad. Las páginas de la Biblia están llenas de testimonios de hombres y mujeres que confiaron en Dios y experimentaron Su poder transformador. A través de los siglos, innumerables creyentes han podido testificar que Él sigue siendo el mismo Dios que sana, perdona, restaura y levanta. Hoy, tú y yo también podemos formar parte de esa gran historia de fe, porque el Señor sigue obrando con el mismo amor y la misma compasión.
No hay situación demasiado difícil ni enfermedad demasiado grave que Dios no pueda cambiar. Su Palabra nos enseña que cuando venimos a Él con un corazón humillado y sincero, encontramos perdón y renovación. Muchas veces cargamos con el peso del dolor, del pecado o de la desesperanza, y olvidamos que tenemos un Dios que nos invita a descansar en Él. Cuando tengas dolencias, tanto físicas como del alma, no dudes en correr hacia Su presencia. Allí encontrarás alivio, consuelo y fuerza para seguir adelante. Él es el médico del cuerpo y del espíritu, el que cura las heridas más profundas del corazón.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;Salmos 103:3
Las bendiciones de Dios son las mejores, porque vienen acompañadas de paz, de propósito y de esperanza. Él nos guarda día tras día, aun cuando no lo notamos. Sus misericordias se renuevan cada mañana, y Su amor nos rodea como un escudo. Es Dios quien nos levanta del polvo, quien endereza nuestros pasos cuando tropezamos, y quien nos sostiene cuando sentimos que ya no podemos más. Si miras atrás, verás que en los momentos más duros de tu vida, el Señor estuvo allí, dándote fuerzas para seguir.
Por eso, no temas confiar en Él. El Señor es tu justicia, tu defensor, tu roca firme en medio del caos. No hay oración pequeña ni lágrima que pase desapercibida ante Sus ojos. Él escucha, responde y actúa a Su tiempo. Puede que no lo haga de la manera que esperamos, pero siempre lo hace con amor perfecto. Confía plenamente en que Dios es tu refugio y tu fortaleza, un pronto auxilio en las tribulaciones. Cuando todo parezca oscuro, recuerda que Su luz nunca se apaga.
Y cuando te sientas cansado, enfermo o triste, ve delante del Señor y ora. Háblale como a un amigo, cuéntale tus angustias, tus miedos y tus cargas. Él te escuchará y obrará conforme a Su voluntad. En la oración encontramos el bálsamo que sana el alma, la paz que el mundo no puede dar, y la certeza de que no estamos solos. El mismo Dios que sanó a los enfermos en los Evangelios, que levantó al paralítico y limpió al leproso, es el mismo que puede sanar tus heridas hoy.
Así que confía, cree y espera. No pongas tu esperanza en los hombres ni en las circunstancias, sino en Aquel que tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas. Dios es fiel, y su fidelidad no depende de nuestras fuerzas sino de Su amor eterno. Si hoy te sientes débil, recuerda que Él es tu fuerza; si te sientes perdido, Él es tu guía; y si te sientes enfermo, Él es tu sanador. Entrégale tu vida una vez más y deja que Sus manos poderosas te levanten. Él perdona tus iniquidades, sana tus dolencias y renueva tu espíritu cada día.