Yo sé a quién he creído

En su segunda carta a Timoteo, el apóstol Pablo escribe desde la prisión en Roma, sabiendo que su tiempo en este mundo estaba llegando a su fin. Estas palabras son, por tanto, un testamento espiritual, una carta llena de fe, valor y esperanza. Pablo no escribe con tristeza, sino con una profunda confianza en Aquel que lo llamó. Su mensaje es un llamado a no avergonzarse del evangelio ni de los padecimientos que conlleva servir a Cristo. Aunque el sufrimiento era su realidad, su fe permanecía inquebrantable, y su esperanza en la gloria venidera era su mayor fortaleza.

En esta carta, Pablo busca animar a Timoteo, su hijo espiritual, a continuar la obra del Señor sin temor. Le recuerda que el evangelio es poder de Dios, y que las pruebas no deben ser motivo de desánimo, sino una oportunidad para mostrar fidelidad. Él mismo había sufrido prisiones, azotes y desprecio, pero nunca renegó de su fe. Para Pablo, sufrir por Cristo no era motivo de vergüenza, sino de honra. Su seguridad no estaba puesta en los hombres, sino en Dios. Por eso declara con firmeza una de las frases más inspiradoras del Nuevo Testamento:

Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.

2 Timoteo 1:12

Pablo habla de un “depósito”, refiriéndose a su alma, su fe y su ministerio, que había puesto bajo el cuidado de Cristo. Él confiaba plenamente en que el Señor guardaría ese depósito hasta el día de la redención. Esta imagen nos enseña que el creyente debe entregar su vida entera a Dios, sabiendo que todo lo que se confía a Él estará eternamente seguro. Nada se pierde en las manos del Señor: ni las lágrimas, ni los sacrificios, ni los momentos de dolor. Todo tiene propósito cuando se hace para Su gloria.

El ejemplo de Pablo nos desafía hoy a vivir una fe sin vergüenza. En un mundo que se burla de los valores cristianos y rechaza la verdad del evangelio, muchos callan por miedo o por presión social. Pero el Señor nos llama, como a Timoteo, a mantenernos firmes, sin avergonzarnos de Su nombre. El evangelio no es motivo de deshonra, sino de poder. Jesús dijo: “A cualquiera que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 10:32). Que estas palabras nos recuerden que seguir a Cristo siempre vale la pena, aun cuando el camino sea difícil.

Amado hermano, si alguna vez te sientes débil o tentado a retroceder, recuerda las palabras de Pablo: “Yo sé en quién he creído.” No importa cuán grandes sean las pruebas, el mismo Dios que guardó al apóstol guardará también tu vida. Él es fiel para sostenerte, darte fuerzas y recompensarte en aquel día glorioso cuando Cristo vuelva por los suyos. Así que, no te avergüences del evangelio, sigue proclamando la verdad con amor y valentía. El Señor te fortalecerá y te dará la victoria final. Confía en Él, porque es poderoso para guardar tu vida hasta el fin.

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