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El evangelio según Marcos nos presenta un momento muy especial en el ministerio de Jesús: una conversación con uno de los escribas que se acercó con la intención de ponerlo a prueba. Los escribas eran hombres expertos en la ley mosaica, celosos del conocimiento, pero muchas veces faltos de amor y misericordia. Ellos conocían la letra de la ley, pero no el espíritu detrás de ella. En este pasaje, Jesús aprovecha la oportunidad para enseñar una de las verdades más profundas del Reino de Dios: el amor como el fundamento de todos los mandamientos.
El escriba le pregunta al Maestro cuál es el primer mandamiento de todos, esperando tal vez una respuesta doctrinal o técnica. Pero Jesús, con sabiduría divina, responde resumiendo toda la ley y los profetas en dos grandes principios: amar a Dios y amar al prójimo. Primero, declara que debemos amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. Luego añade un mandamiento que le es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Así establece que el amor no solo es una emoción, sino una decisión diaria de obedecer y reflejar el carácter de Dios en nuestras relaciones.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos.
Marcos 12:31
Estas palabras de Jesús encierran la esencia del Evangelio. Amar a Dios implica una entrega total, y amar al prójimo es la consecuencia natural de ese amor. No se puede decir que se ama a Dios y odiar al hermano. El amor genuino no es selectivo ni se guía por intereses personales; es un reflejo del amor divino que no hace acepción de personas. Jesús coloca ambos mandamientos al mismo nivel porque el amor a Dios se demuestra a través del amor al prójimo. Cuando extendemos misericordia, perdón y compasión a los demás, estamos honrando al mismo Dios que nos amó primero.
El amor verdadero transforma el corazón. No es un sentimiento superficial, sino una actitud espiritual que nos impulsa a actuar con justicia, a cuidar del necesitado, a perdonar al que nos ofende y a servir sin esperar recompensa. El apóstol Pablo diría más tarde que el amor es el cumplimiento de la ley (Romanos 13:10), porque quien ama no roba, no miente, no envidia ni daña al otro. Jesús nos muestra que si amamos correctamente, todo lo demás encajará en su lugar.
Por eso, este mandamiento sigue siendo una prueba de nuestra fe. ¿Amamos realmente a Dios? Si es así, se verá en cómo tratamos a los demás. El amor al prójimo no siempre es fácil: implica sacrificio, paciencia, comprensión y humildad. Pero ese es precisamente el amor que el Señor espera de nosotros. Cuando el amor gobierna el corazón, las divisiones se disuelven, el orgullo se derrumba y la paz de Cristo reina en nuestras vidas.
Hoy, más que nunca, el mundo necesita ver ese amor reflejado en la iglesia. Vivimos en tiempos de egoísmo, rivalidad y frialdad espiritual. Pero Jesús nos llama a ser diferentes, a vivir de manera que los demás puedan conocer a Dios a través de nuestras acciones. Amar al prójimo como a uno mismo significa reconocer el valor que Dios ha puesto en cada persona, incluso en quienes piensan distinto o nos han hecho daño. Ese amor no depende de lo que el otro haga, sino de lo que Cristo ya hizo por nosotros.
Por tanto, hermanos, procuremos guardar estos dos mandamientos con todo el corazón. Que cada día nuestras palabras, pensamientos y obras sean guiadas por el amor. Si amamos a Dios y a los demás, cumpliremos con toda Su ley y alcanzaremos la corona de vida prometida a los fieles. Que el Espíritu Santo nos ayude a cultivar ese amor puro y constante que transforma corazones y glorifica al Padre. Porque, como dijo Jesús, “en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Amar a Dios y amar al prójimo: el camino perfecto hacia la vida eterna.
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