Icono del sitio Restablecidos

Yo confiaré en Él

Y otra vez: Yo confiaré en él. Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.

Como hijos de Dios, tenemos una gran responsabilidad delante del Señor: cuidar nuestros caminos, permanecer firmes en la fe y no descuidar la salvación tan grande que hemos recibido. El autor de Hebreos nos exhorta a atender con diligencia a las cosas que hemos oído, para que no nos deslicemos ni nos apartemos del camino de la verdad. No se trata solo de creer en Dios, sino de vivir conforme a lo que Él ha revelado, guardando Su palabra en el corazón.

La salvación es el mayor regalo que el ser humano puede recibir, pero también fue el más costoso. Cristo, siendo Dios, se humilló hasta lo sumo, tomando forma de siervo y padeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Por medio de su sangre preciosa fuimos redimidos del pecado y trasladados del reino de las tinieblas al reino de Su luz admirable. Cada gota derramada en el Calvario es un recordatorio de Su amor eterno y de la magnitud del precio pagado por nuestra redención. Por eso, no podemos tomar la salvación a la ligera ni vivir como si no tuviera valor.

El autor de Hebreos también nos enseña que la fe y la confianza en Dios son fundamentales para permanecer firmes. No estamos solos en este caminar, porque Cristo, como nuestro hermano mayor, nos ha tomado como Suyos. Así lo expresa la Escritura:

-->

Y otra vez: Yo confiaré en él.
Y de nuevo: He aquí, yo y los hijos que Dios me dio.

Hebreos 2:13

Estas palabras reflejan la unión espiritual entre Cristo y los creyentes. Él no se avergüenza de llamarnos hermanos, porque hemos sido hechos partícipes de Su salvación. Somos los hijos que el Padre le ha entregado, y en esa relación está nuestra seguridad. Confiar en el Señor no es una opción, sino una necesidad diaria para mantenernos firmes en medio de la tentación, el dolor y las pruebas. El enemigo busca constantemente hacernos tropezar, pero si permanecemos en Cristo, Él nos sostendrá.

Por eso, debemos valorar nuestra salvación y vivir con diligencia espiritual. No se trata solo de evitar el pecado, sino de cultivar una relación viva con Dios, alimentada por la oración, la lectura de Su Palabra y la obediencia constante. Descuidar nuestra vida espiritual es abrirle una puerta al enemigo. Pablo lo sabía bien, y por eso insistía en que cada creyente debe velar por su fe, guardando el tesoro del evangelio con todo el corazón.

El mensaje de la salvación no se limita a una experiencia personal; también tiene un impacto familiar y comunitario. Un ejemplo claro lo encontramos en la historia del carcelero de Filipos. Aquel hombre, conmovido por el testimonio de Pablo y Silas, les preguntó con sinceridad qué debía hacer para ser salvo. La respuesta de los apóstoles fue sencilla pero profunda:

Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.

Hechos 16:31

Este versículo nos muestra que la fe en Jesucristo es la puerta de entrada a la salvación. No hay obras, rituales ni sacrificios humanos que puedan abrir ese camino; solo creer y obedecer al Hijo de Dios. Cuando una persona decide seguir a Cristo, su testimonio puede transformar a toda su familia. El carcelero creyó, y su hogar fue lleno de gozo, porque todos los suyos también oyeron la Palabra y fueron bautizados.

Amado hermano, la salvación que Cristo te ha dado es una joya que debes proteger. No permitas que el descuido, la frialdad o las distracciones del mundo te alejen del propósito de Dios. Recuerda que esta salvación fue comprada con la sangre del Cordero, y por tanto, tiene un valor incalculable. Vive con gratitud, obedece la voz del Espíritu y comparte el mensaje de redención con los que te rodean. Así, no solo tú, sino también tu casa, podrán disfrutar del gozo de ser salvos y vivir bajo la promesa eterna del Señor.

Cree, obedece y permanece firme en Cristo. Él es fiel para sostenerte hasta el fin y cumplirá Su promesa de salvación en ti y en tu familia. ¡Gloria sea al Señor por tan grande amor!

No te juntes con quien dice ser hermano pero es fornicario, ávaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón
Los reyes de la tierra se amotinaron contra Dios pero Él se burlará de ellos
Salir de la versión móvil