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El consejo de un amigo alegra al hombre

El ungüento y el perfume alegran el corazón, Y el cordial consejo del amigo, al hombre.

El libro de Proverbios está lleno de sabiduría práctica, y en este versículo encontramos una hermosa comparación hecha por el sabio Salomón. Él toma algo tan cotidiano y placentero como el ungüento y el perfume para ilustrar una verdad profunda sobre las relaciones humanas y el poder del buen consejo. Así como el perfume tiene la capacidad de llenar el ambiente con su fragancia y producir alegría, de igual manera, las palabras sabias y sinceras de un amigo fiel pueden traer consuelo, ánimo y gozo al corazón atribulado.

En la antigüedad, el ungüento y el perfume eran símbolos de bendición, prosperidad y gozo. Se usaban para ungir a los reyes, para celebrar fiestas, o para refrescar el cuerpo después de un largo día. Su fragancia traía alivio y bienestar. Salomón, con su sabiduría, nos enseña que un buen consejo produce un efecto similar en el alma: refresca, alienta y sana. Cuando un amigo verdadero nos habla con sinceridad, con amor y con temor de Dios, sus palabras pueden ser bálsamo para el corazón herido y guía para quien está confundido.

El ungüento y el perfume alegran el corazón,
Y el cordial consejo del amigo, al hombre.

Proverbios 27:9

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Este proverbio resalta la importancia de tener verdaderos amigos, aquellos que no solo están presentes en los buenos momentos, sino que también saben hablar con sabiduría cuando más lo necesitamos. Un consejo dado desde un corazón sincero y lleno de amor puede cambiar el rumbo de una decisión equivocada, puede evitar una caída o fortalecer la fe. Por eso, debemos valorar y cuidar las amistades que edifican, aquellas que nos acercan más al Señor y no las que nos alejan de Su voluntad.

El sabio Salomón comprendía el valor de las palabras y el poder de la amistad. Sabía que los verdaderos amigos no halagan, sino que dicen la verdad con ternura, buscando siempre el bien del otro. En contraste, los falsos amigos solo dicen lo que agrada al oído, pero no edifican el corazón. Por eso, debemos pedirle a Dios discernimiento para reconocer a las personas que Él coloca en nuestro camino como instrumentos de Su gracia. Muchas veces, el Señor usa a alguien cercano para hablarnos, corregirnos o consolarnos, y esas palabras pueden ser tan dulces y fragantes como el mejor perfume.

El texto también nos recuerda que el buen consejo no solo beneficia a quien lo recibe, sino también a quien lo da. Cuando compartimos palabras de ánimo o sabiduría con un amigo, experimentamos la alegría de servir como canal del amor de Dios. El consejo que brota de un corazón guiado por el Espíritu Santo es capaz de transformar situaciones, levantar al caído y encender nuevamente la esperanza. Así como el perfume se derrama y su aroma se extiende, el consejo sabio se propaga y bendice a todos los que lo escuchan.

¿Acaso existe mayor consejero que nuestro Señor Jesucristo? Él es el “Consejero admirable” (Isaías 9:6), el que guía con ternura a los suyos y nunca se equivoca. Si queremos aprender a dar buenos consejos, primero debemos aprender a escuchar los de Él. A través de Su Palabra encontramos dirección, corrección y consuelo. Cristo mismo nos enseña a hablar con amor y a actuar con prudencia. Cuando permitimos que Su sabiduría gobierne nuestro corazón, nos convertimos en instrumentos de bendición para quienes nos rodean.

Por eso, amados hermanos, valoremos la amistad y cuidemos nuestras palabras. No despreciemos el consejo del amigo fiel, porque detrás de él puede estar la voz de Dios hablándonos. Busquemos ser también nosotros esa clase de amigos que edifican, animan y corrigen con humildad y amor. Recordemos que el buen consejo alegra el corazón, así como el perfume alegra el ambiente. Que nuestras palabras sean siempre aroma grato delante de Dios y fuente de bendición para quienes nos escuchan. Amén.

Perdonarás también mi pecado, que es grande
Vuélvenos a Ti Señor
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