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Deja la ira, y desecha el enojo

Deja la ira, y desecha el enojo; No te excites en manera alguna a hacer lo malo.

El salmista David siempre hablaba desde la experiencia, relatando con sinceridad lo que veía a su alrededor. Su vida fue un reflejo de comunión con Dios, pero también de luchas, tentaciones y victorias. En varios de sus salmos nos exhorta a examinar el corazón y a mantenernos alejados del hombre malo, de aquel que se llena de ira y cuyo corazón vive dominado por el enojo. David entendía que la ira descontrolada puede llevar al ser humano a cometer graves errores, alejándolo del propósito divino. Por eso, nos enseña a mantener la calma y a confiar en que el Señor es justo y defenderá la causa de los suyos.

Cuando David escribe sobre la ira y el enojo, no lo hace como alguien ajeno al problema, sino como quien ha pasado por situaciones donde la provocación y la injusticia podrían haberlo llevado a actuar impulsivamente. Aun así, él aprendió a descansar en la soberanía de Dios y a dejar en Sus manos la justicia. En el Salmo 37, el salmista nos enseña un principio de vida que todo creyente debe aplicar a diario: evitar que la ira y el enojo gobiernen nuestro corazón. Nos recuerda que estos sentimientos no provienen del Espíritu Santo, sino de la carne, y que, si no se controlan, pueden producir grandes males.

Deja la ira, y desecha el enojo;
No te excites en manera alguna a hacer lo malo.

Salmos 37:8

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Este versículo es una llamada clara a la reflexión. David nos invita a abandonar la ira y a desechar el enojo, porque ambas emociones, si no se someten al control del Espíritu, se convierten en herramientas del enemigo. La persona airada pierde la paz, la razón y la comunión con Dios. Muchas veces, por una palabra mal dicha o una reacción impulsiva, se destruyen relaciones, familias y ministerios. Por eso, el sabio consejo de David es dejar toda ira en las manos del Señor y no permitir que el enojo nos domine. El creyente maduro aprende a responder con calma, a callar cuando es necesario y a perdonar con el corazón.

El salmista también añade una advertencia importante: “No te excites en manera alguna a hacer lo malo”. Esto significa que el enojo no solo daña el interior, sino que también impulsa a actuar mal. Una persona dominada por la ira puede decir o hacer cosas de las que luego se arrepienta profundamente. La falta de dominio propio es una puerta abierta al pecado. Por eso, la Escritura enseña que el hombre iracundo provoca contiendas, pero el que es tardo para la ira apacigua la discordia. La paciencia es un fruto del Espíritu que se cultiva mediante la oración, la humildad y la dependencia diaria de Dios.

David continúa diciendo: “No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que cometen iniquidad”. Esta exhortación nos recuerda que muchas veces la envidia y la impaciencia pueden alimentar la ira. Es fácil mirar a los impíos y pensar que prosperan sin justicia, pero el salmista nos enseña que su éxito es pasajero y que pronto se marchitarán como la hierba. Mientras tanto, el justo permanece bajo la sombra del Omnipotente, protegido por la fidelidad del Señor. No vale la pena contaminar el corazón con el enojo o la amargura cuando tenemos un Dios que gobierna con rectitud.

El hombre maligno vive atado a sus emociones, guiado por pensamientos corrompidos y deseos perversos. La ira y el enojo son sus compañeros constantes, porque su corazón no conoce la paz que solo Cristo puede dar. En cambio, el hombre de Dios debe cultivar la mansedumbre y el dominio propio. Jesús mismo, al ser insultado y ultrajado, no respondió con ira, sino con perdón y compasión. Ese es el ejemplo que debemos seguir. Ser cristiano no significa no enojarse nunca, sino aprender a dominar la ira y a canalizarla conforme a la justicia divina, no según nuestros impulsos humanos.

Por eso, hermanos, pidamos al Señor que nos llene de Su Espíritu Santo para no airarnos ni enojarnos cuando se presenten ciertas circunstancias difíciles. Recordemos que el enojo del hombre no obra la justicia de Dios. Cuando sentimos que la ira quiere tomar control, busquemos refugio en la oración, en la Palabra y en el consejo del Señor. Que nuestras palabras sean siempre de bendición y nuestras acciones reflejen el carácter de Cristo. Si vivimos guiados por el Espíritu, no daremos lugar a la ira ni al pecado, y podremos disfrutar de la verdadera paz que sobrepasa todo entendimiento. Amén.

Aborreced el mal, y amad el bien
Venceré y me sentaré con Jesús en Su trono
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