Venceré y me sentaré con Jesús en Su trono

Esta es la mayor promesa que nos hace nuestro Señor Jesucristo, una promesa gloriosa que llena de esperanza el corazón de todo creyente fiel. En Sus palabras encontramos seguridad, consuelo y la certeza de que no estamos luchando en vano. Jesús, el Hijo de Dios, nos invita a perseverar hasta el final, a mantenernos firmes en la fe y a vivir conforme a Su voluntad para poder participar de Su victoria. Él no promete una vida sin pruebas, pero sí garantiza un final glorioso para aquellos que vencen, para los que no se rinden y permanecen fieles en medio de las dificultades. ¡Qué promesa tan maravillosa!

El apóstol Juan, en el libro de Apocalipsis, nos transmite las palabras directas del Señor Jesús dirigidas a las iglesias. Entre esos mensajes, encontramos este anuncio celestial que revela el destino de los vencedores. Jesús dice que al que venciere le concederá sentarse con Él en Su trono, así como Él venció y se sentó con Su Padre. Es una imagen poderosa de comunión, autoridad y recompensa eterna. No se trata solo de recibir bendiciones pasajeras, sino de compartir el reinado con Cristo en la gloria celestial. Esta es una promesa para quienes no se conforman con una fe superficial, sino que se mantienen firmes, fieles y obedientes a la Palabra.

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.

Apocalipsis 3:21

Jesús ofrece Su promesa a los que vencen, no a los que se conforman. Vencer implica resistir las tentaciones del mundo, perseverar en la fe, amar a Dios por encima de todo y ser fieles en medio de la adversidad. No es una tarea fácil, pero no estamos solos: el mismo Cristo que venció el pecado y la muerte nos fortalece para que también podamos vencer. Él venció en la cruz, y ahora nos llama a caminar en Su victoria, revestidos con Su poder y sostenidos por Su gracia. El creyente que vence no se rinde ante el cansancio ni se deja seducir por el pecado, sino que mantiene su mirada puesta en Jesús, el autor y consumador de la fe.

Esta actitud de vencedor es la que debe caracterizar a cada hijo de Dios. El cristiano no vive derrotado, sino confiado en que el Señor pelea por él. Cada prueba que enfrentamos es una oportunidad para fortalecer nuestra fe. La victoria no consiste en tener una vida sin problemas, sino en permanecer firmes en medio de ellos. El Señor promete recompensar a quienes perseveran con una corona incorruptible y una herencia eterna. Aquellos que se mantienen fieles hasta el final serán llamados vencedores y participarán del gozo eterno en la presencia de Dios.

Hoy más que nunca debemos reflexionar en esta enseñanza. En un mundo donde muchos buscan el éxito terrenal, Dios nos llama a mirar hacia arriba, a buscar las cosas de arriba donde Cristo está sentado a la diestra del Padre. No permitas que las riquezas, las distracciones o la comodidad te alejen del propósito eterno. Vence con fe, vence con oración, vence con amor, vence con la Palabra de Dios. Persevera, aunque el camino sea difícil, porque la promesa del Señor es segura: los vencedores reinarán con Él por la eternidad.

Que esta promesa llene tu corazón de esperanza y fortaleza. Dios nos proteja en nuestros caminos, para que podamos llegar a alcanzar esa hermosa promesa de estar con Él en Su trono, adorándole y reinando por los siglos de los siglos. ¡Gloria sea a Dios por Cristo Jesús, nuestro vencedor eterno! Amén.

Deja la ira, y desecha el enojo
No deis lugar al diablo

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