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Yo estaré dando gloria al que está sentado en el trono

Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos,

Hermanos en Cristo Jesús, levantemos nuestras voces y alabemos el nombre de nuestro Dios grande y poderoso, porque Él es digno de toda honra, gloria y adoración. No existe otro nombre bajo el cielo que merezca ser exaltado como el de nuestro Señor. Desde la creación del mundo, Su poder ha sido manifiesto; todo cuanto existe fue hecho por Él y para Él. Por eso, arrodillémonos con humildad y reverencia, reconociendo que sin Su misericordia y amor no podríamos respirar ni ver la luz de un nuevo día. Cada latido de nuestro corazón es una muestra de Su fidelidad.

Si día y noche los ángeles alaban Su santo nombre, llenando los cielos con cánticos de adoración, ¿cómo podríamos nosotros, que fuimos redimidos por la sangre del Cordero, permanecer en silencio? El apóstol Juan nos describe en el libro de Apocalipsis una escena celestial donde los seres vivientes y los ancianos rodean el trono de Dios proclamando Su gloria. Esa visión nos invita a unirnos en espíritu a esa adoración eterna, reconociendo que solo el Señor es digno de recibir toda alabanza, toda gloria y toda acción de gracias. Alabarle no es una obligación, sino un privilegio que nace del amor y la gratitud que sentimos por Su infinita bondad.

Así lo expresa Juan en el libro de Apocalipsis, donde revela lo que vio en aquel glorioso momento de adoración celestial:

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Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos,

Apocalipsis 4:9

En esta visión, Juan contempla la majestad del cielo y escucha el sonido de la adoración perfecta. Los seres vivientes representan la creación entera rindiéndose ante el Creador. Cada palabra de alabanza que se pronuncia en el cielo exalta la santidad y el poder de Dios. No hay cansancio en su adoración, porque en la presencia del Altísimo el tiempo no existe; solo hay eternidad, gozo y reverencia. Dios soberano es adorado sin cesar por ángeles, querubines y santos redimidos, porque Su trono permanece firme por los siglos.

Cuando meditamos en estas escenas celestiales, nuestros corazones se llenan de asombro. Es imposible imaginar la gloria de ese momento en el que millones de ángeles entonan al unísono: “¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir!”. Esa adoración incesante nos recuerda que nuestro propósito principal en esta vida no es acumular riquezas ni alcanzar fama, sino glorificar a Dios con cada pensamiento, palabra y acción. Vivimos para Él, y todo lo que somos debe reflejar Su grandeza.

Por eso, hermanos, exaltemos Su santo y bendito nombre con gozo y sinceridad. No esperemos al día de estar en Su presencia para comenzar a adorarle; hagámoslo hoy, con corazón agradecido y espíritu humilde. Que nuestras voces se unan a las del cielo, proclamando que Él reina sobre toda la creación. Aun en medio de las pruebas y dificultades, la alabanza debe brotar de nuestros labios, porque Dios es bueno y Su misericordia es eterna. Alabarle nos fortalece, nos llena de paz y nos acerca más a Su corazón.

No olvidemos que si caminamos conforme a Su voluntad y guardamos Su Palabra, un día estaremos en aquella gloriosa multitud descrita por Juan, alabando al Señor junto a los millares de ángeles que adoran Su nombre. Ese será un día de perfecta alegría, donde no habrá lágrimas, dolor ni tristeza, solo una adoración eterna al Dios Todopoderoso que vive por los siglos de los siglos. ¡Aleluya! Sea Su nombre exaltado por toda la eternidad. Amén.

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