Una vez le preguntaron a Jesús cuántas veces debería alguien perdonar a su hermano, y la respuesta que el Mesías dio fue muy contundente y llena de sabiduría divina. No fue una respuesta limitada o calculada según la lógica humana, sino una enseñanza que reveló el corazón misericordioso de Dios. En el reino de los cielos, el perdón no tiene límites. Jesús enseñó que el perdón debe ser una constante en la vida del creyente, no un acto ocasional. Esta enseñanza muestra que el amor y la compasión deben prevalecer sobre la ofensa y el resentimiento.
Como seres humanos, cometemos errores a diario. En ocasiones, herimos a otros con palabras o acciones, y también somos heridos. Sin embargo, el Señor nos llama a vivir en reconciliación, a no dejar que el enojo ni la amargura gobiernen el corazón. En el versículo que veremos a continuación, se puede notar la profundidad del mensaje de Jesús acerca del perdón. Aquel que murió en la cruz del Calvario por nosotros no solo habló del perdón, sino que lo practicó. Él perdonó incluso a quienes le crucificaron, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Ese es el modelo perfecto que todo cristiano debe seguir.
¿Podemos nosotros ser capaces de perdonar a nuestros hermanos así como nos dice Jesús? Cuando Pedro se acercó al Maestro con la pregunta: “¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”, creía estar siendo generoso. Pero la respuesta de Jesús superó toda expectativa humana:
Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
Mateo 18:22
Esta respuesta no pretende establecer un número exacto, sino enseñar que el perdón no debe tener límites. Jesús nos muestra que el perdón es una decisión que debemos practicar continuamente. El perdón no significa justificar el pecado del otro, sino liberar nuestro corazón del rencor y reflejar el carácter de Cristo. Cuando perdonamos, nos parecemos más a nuestro Salvador. Él nos perdonó sin condiciones, y ahora espera que hagamos lo mismo con los demás. Cada vez que elegimos perdonar, vencemos al enemigo, sanamos nuestro interior y permitimos que el amor de Dios fluya libremente en nuestras vidas.
Jesús también explicó que si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo entre tú y él solo. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o dos testigos. Este principio enseña que el propósito del perdón y la corrección no es condenar, sino restaurar. El perdón busca la reconciliación, no la venganza. Es el camino del amor, la humildad y la obediencia al Señor. Perdonar no siempre es fácil, pero es necesario para mantener la comunión con Dios. Si guardamos odio en el corazón, cerramos la puerta a las bendiciones divinas y contaminamos nuestra alma con amargura.
Muchas personas hoy no saben pedir perdón ni ofrecerlo. Prefieren el orgullo antes que la reconciliación, olvidando que Cristo mismo nos perdonó cuando menos lo merecíamos. El perdón verdadero no espera que el otro cambie primero, sino que nace de un corazón transformado por el Espíritu Santo. Jesús dijo que debemos perdonar “setenta veces siete”, lo que significa todas las veces que sea necesario. Cada vez que perdonamos, rompemos las cadenas del resentimiento y abrimos nuestro corazón a la paz de Dios. Perdonar no debilita, fortalece; no humilla, libera.
De manera que, si un hermano te falla y te pide perdón, no seas rebelde, escúchalo y perdónalo. No importa cuántas veces haya tropezado, dale una nueva oportunidad, así como Dios te la da a ti cada día. El perdón no depende de lo que sientas, sino de tu decisión de obedecer a Dios. Haz lo que dijo el Maestro y perdona nuevamente, porque de la misma forma que perdonas, serás perdonado por tu Padre Celestial. No olvides que la falta de perdón endurece el corazón y aleja la presencia del Espíritu Santo. Pero cuando eliges perdonar, abres tu vida a la gracia divina. Vive en paz con todos, y recuerda que el perdón no es una opción para el creyente: es un mandato de amor. Perdona siempre, como Cristo te perdonó.

