La Biblia nos enseña claramente acerca de la prosperidad del malo y nos advierte que no debemos tener envidia de aquellos que parecen prosperar haciendo el mal. En muchos pasajes, Dios nos muestra que la aparente prosperidad del impío es pasajera y engañosa. Aunque por un tiempo parezca que todo les sale bien, su fin es destrucción y desdicha. El salmista Asaf también tuvo esa inquietud cuando vio a los malos prosperar, pero luego comprendió cuál era su destino: “Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer.” (Salmos 73:18). Por eso, el creyente debe mantener su mirada puesta en Dios y no en las riquezas ni en los éxitos momentáneos de los impíos.
¿Debemos nosotros tener envidia del que practica el mal? La respuesta es un rotundo no. El hombre malo solo piensa en hacer daño, en planear la maldad, en vivir para sí mismo sin temor de Dios. Su mente está llena de orgullo, de ambición y de deseos terrenales. Puede que acumule bienes o poder, pero su alma está vacía y su fin será lamentable. No hay paz para el impío, dice el Señor. Es por eso que no debemos imitar su conducta ni desear sus caminos, porque el resultado final será su perdición eterna. El creyente debe recordar que la verdadera prosperidad no se mide en bienes materiales, sino en tener la bendición de Dios, paz interior y la esperanza de la vida eterna.
El sabio Salomón, inspirado por el Espíritu Santo, nos da una advertencia directa en el libro de Proverbios acerca de este tema:
No tengas envidia de los hombres malos,
Ni desees estar con ellos;Proverbios 24:1
Este versículo nos enseña que no solo debemos evitar la envidia, sino también el deseo de asociarnos con los malvados. La envidia hacia el hombre malo nace de la carne, cuando miramos sus aparentes triunfos y olvidamos el fin que les espera. El creyente no debe dejarse engañar por lo que ve, sino mantenerse firme en la fe. La prosperidad del malo es como la hierba verde: hoy florece, pero mañana se seca. Sus pensamientos sucios y sus obras perversas solo le traerán ruina, porque Dios no puede ser burlado; todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
El salmista David también nos exhorta en el Salmo 37:1-2: “No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán.” Este recordatorio nos invita a confiar en el Señor y a no poner nuestros ojos en los logros del malvado. Ellos pueden aparentar seguridad, pero su prosperidad es temporal. En cambio, los que confían en Dios heredarán la tierra y disfrutarán de Su paz. La verdadera prosperidad es aquella que permanece para siempre, y solo viene de Dios.
Como hijos de Dios, debemos alejarnos de los que caminan en pecado y buscar siempre la compañía de los justos. No hay comunión entre la luz y las tinieblas, ni entre la verdad y la mentira. Quien se junta con hombres malos, termina adoptando su manera de pensar y actuar. Por eso, el creyente prudente guarda su corazón y selecciona cuidadosamente sus amistades. El apóstol Pablo también lo advierte: “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.” (1 Corintios 15:33). Debemos caminar en integridad y mantenernos puros en un mundo lleno de maldad, sabiendo que el Señor bendice al justo y detesta el camino del impío.
Es cierto que vivimos en tiempos difíciles, rodeados de personas que buscan su propio beneficio sin importar el daño que causen. Pero nosotros no podemos seguir sus pasos. Debemos pedir a Dios sabiduría para discernir el bien del mal y fortaleza para mantenernos firmes en medio de la corrupción del mundo. Oremos para que el Señor nos libre de la envidia, del deseo de la carne y del orgullo. Solo así podremos disfrutar de la paz verdadera que viene de vivir conforme a Su Palabra. No tengamos envidia del hombre malo, porque lo que hoy parece brillo, mañana será oscuridad. Más bien, enfoquémonos en acumular tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el ladrón destruyen.
Amado hermano, recuerda que el justo por la fe vivirá. No te dejes engañar por las apariencias ni por la vanagloria del mundo. Dios tiene preparado algo mucho mejor para los que Le aman y permanecen fieles. Los caminos del Señor conducen a la vida eterna, mientras que los del malvado conducen a la muerte. Por tanto, confía en el Señor, haz el bien, y Él te dará el deseo de tu corazón. No tengas envidia del malo, porque su fin está cerca, pero los que confían en el Señor permanecerán para siempre. El bien siempre triunfará sobre el mal.

