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Venid, adoremos y postrémonos

Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.

Alabemos a nuestro Señor con cánticos, porque toda la creación proclama Su grandeza. Las montañas, los mares, los cielos y la tierra son testimonio de Su poder y majestad. Nada escapa de Su dominio, pues Él es el Creador de todo lo que existe. Cada amanecer y cada atardecer son una invitación a reconocer Su gloria. Por eso, debemos alabarle para siempre, porque Él es el Rey de gloria, el Señor fuerte y poderoso, digno de toda adoración y honra por los siglos de los siglos.

El llamado del salmista es claro: todos los pueblos deben venir ante Su presencia con acción de gracias y con cánticos de júbilo. La adoración no es una opción, es una respuesta natural a la magnificencia de Dios. Cuando comprendemos quién es Él, cuando meditamos en Sus obras y en Su fidelidad, nuestro corazón se rinde espontáneamente en alabanza. Adorar a Dios no se trata solo de cantar, sino de reconocer Su soberanía, Su santidad y Su amor eterno. Todo cuanto somos y tenemos proviene de Él, y por eso nuestra vida entera debe convertirse en un cántico de gratitud.

Vengan todos, adoremos y alabemos Su nombre, porque Él es santo, justo y fiel. No hay otro como nuestro Dios en toda la creación. Él gobierna sobre los cielos, la tierra y el universo. Antes que existiera el tiempo, ya Él era Dios, y después de que todo termine, Él seguirá reinando. En el principio, Su Espíritu se movía sobre la faz de las aguas, mostrando Su poder creativo. A través de Su Palabra, todo fue hecho, y sin Él nada de lo que existe podría existir. ¡Cuán grande es nuestro Señor y digno de ser alabado en gran manera!

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El Salmo 95 es una hermosa invitación a reconocer la soberanía de nuestro Creador. Es un himno de rendición y alabanza al Señor. El salmista nos llama a dejar todo orgullo y a inclinarnos con humildad ante nuestro Hacedor. No hay adoración genuina sin reverencia, y no hay reverencia sin reconocimiento de Su grandeza. Postrarse ante Dios es una muestra de entrega total, un acto de humildad que reconoce Su autoridad y nuestro lugar como criaturas dependientes de Su gracia.

Venid, adoremos y postrémonos;
Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.

Salmos 95:6

Este versículo expresa la esencia de la verdadera adoración: la humildad. No adoramos por costumbre, sino por convicción. Nos arrodillamos ante Él no porque lo necesite, sino porque reconocemos que sin Su presencia no somos nada. Él nos creó, nos sostiene y nos cuida día tras día. Nuestra adoración debe ser constante, no limitada a un día o a un lugar. Cada respiración, cada paso y cada palabra deben reflejar que vivimos para Su gloria. Cuando el corazón se rinde, la adoración se vuelve auténtica.

El salmo también nos recuerda lo grandioso que Dios ha sido a lo largo de los tiempos. Desde la creación del mundo, Su mano ha guiado la historia. Él ha mostrado Su poder al liberar a Su pueblo, al abrir los mares, al proveer en el desierto y al cumplir cada promesa. Por eso, toda tribu, lengua y nación están llamadas a dar gloria al Dios todopoderoso. El Evangelio ha cruzado fronteras y culturas, y hoy millones de personas alaban Su nombre en diferentes idiomas, cumpliendo así el propósito eterno de Dios: que toda la tierra esté llena de Su gloria.

¿Por qué no alabar al Dios que hace lo imposible posible? Él habla, y las tormentas se calman; ordena, y los cielos obedecen. Con Su voz, los mundos fueron creados, y con Su misericordia somos sostenidos. El Dios que levanta al caído, que sana al enfermo y que perdona al pecador, merece nuestra alabanza perpetua. Arrodillémonos delante del Señor, no solo con las rodillas, sino con el corazón. Demos gloria y honra al Creador por Su grande poder, por Su fidelidad y por Su inmenso amor.

Amado hermano, la adoración no es solo un acto, es un estilo de vida. Cada día, en medio de nuestras luchas y alegrías, recordemos que tenemos un Dios digno de ser exaltado. Él habita en medio de las alabanzas de Su pueblo y se complace en los corazones que le honran. Así que no te detengas, levanta tu voz, canta con gozo y declara: “¡Jehová es mi Hacedor, y a Él sea toda la gloria por los siglos de los siglos!”

Que Dios te bendiga y veas el bien todos los días de tu vida
En Cristo tenemos perdón de pecados
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