Dios es quien sostiene al pobre, quien le levanta de su condición humilde y le da fuerzas cuando siente que no puede más. Él es el Dios que mira desde los cielos con compasión, que no desprecia al quebrantado de corazón ni al necesitado. En un mundo donde muchos desprecian al débil y exaltan al poderoso, Dios actúa de forma contraria: Él pone en alto al que ha sido humillado y hace justicia al oprimido. El poder y la misericordia son del Señor, y a través de Su amor infinito extiende Su mano a los pobres, a las viudas y a los que no tienen a nadie más.
La Escritura está llena de ejemplos donde Dios demuestra Su cuidado hacia los más necesitados. Desde el Antiguo Testamento hasta las palabras de Cristo, se revela un mismo corazón: el de un Dios que se compadece del que sufre. Él escucha el clamor del pobre, sana sus heridas y le da un lugar de honor. El salmista declara que Dios no abandona a los suyos, y que Su bondad alcanza incluso al más afligido. Por eso, debemos levantar nuestras voces y agradecer, porque no hay circunstancia tan difícil que Su gracia no pueda transformar. Su bondad alcanza al pobre y lo levanta de sus calamidades; protege a las viudas, bendice al estéril y da esperanza al menesteroso. Todo lo que somos y tenemos proviene de Su amor inagotable.
Nuestro Dios no solo ve la necesidad, sino que actúa. Él no es indiferente al dolor humano. En el Salmo 113 encontramos una verdad gloriosa que muestra el carácter de este Dios justo y misericordioso:
Él levanta del polvo al pobre,
Y al menesteroso alza del muladar.Salmos 113:7
Qué poderosa promesa encontramos aquí. Dios no solamente levanta al pobre, sino que lo toma de los lugares más bajos, del muladar —ese lugar despreciado y sucio—, y lo pone en un sitio de honra. Así es la gracia divina: transforma la vergüenza en gloria, la ruina en testimonio y el llanto en alegría. El mismo Dios que exaltó a José desde la cárcel hasta el palacio, y a David desde el pasto hasta el trono, es el que puede levantar hoy a todo aquel que clama con fe. Su poder no tiene límites y Su misericordia se renueva cada mañana.
El Salmo 113 comienza con un llamado a la alabanza: “Alabad, siervos de Jehová, alabad el nombre de Jehová.” Es una invitación universal a reconocer que el Señor es digno de toda gloria y adoración. Desde el oriente hasta el occidente, el nombre de Jehová debe ser bendecido. El Salmo exalta Su grandeza y a la vez resalta Su humildad para mirar desde los cielos y atender al afligido en la tierra. Este contraste nos muestra un Dios inmenso en poder, pero cercano al necesitado, un Dios que reina en majestad, pero se inclina para levantar al caído.
¿Quién es como nuestro Dios? No hay otro. Los poderosos de la tierra se olvidan del pobre, pero el Señor no. Él es justo y compasivo, y tiene el control de todo. Él levanta del polvo al pobre, le limpia, le restaura y le da propósito. La pobreza material puede ser pasajera, pero la riqueza espiritual que viene de Dios permanece para siempre. Cuando confiamos en Él, encontramos fuerzas nuevas, esperanza renovada y dignidad restaurada. Nuestro valor no depende de nuestras posesiones, sino de que somos hijos del Rey de reyes.
Por eso, alabemos al Señor con gratitud. Demos gracias por Su fidelidad y Su misericordia. Recordemos que, aunque el mundo olvide a los humildes, Dios nunca lo hace. Él sigue obrando, sigue levantando y sigue mostrando Su poder entre los que confían en Él. Que nuestro corazón se una al cántico del salmista y podamos decir con fe: “Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová.” Demos gloria al Dios que levanta al pobre del polvo y al menesteroso del muladar, porque solo Él merece toda la alabanza y la adoración por los siglos de los siglos.

