Tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios

Darle gracias a Dios es una de las expresiones más hermosas del corazón de un creyente. No hay acto más noble ni palabra más pura que aquella que se eleva en gratitud al Creador. Cuando un alma agradecida se postra delante del Señor y entona cánticos de adoración, el cielo se alegra. Con alabanzas debemos darle gracias al Señor, porque Él ha sido bueno, porque Su misericordia es eterna y Su fidelidad no tiene fin. Dios ha sido nuestro sustento en los días difíciles, nuestra fortaleza en medio de la prueba y nuestro refugio en toda tormenta. Por eso, servirle con alegría debe ser una respuesta natural del corazón que ha sido redimido.

El servicio a Dios no debe ser una obligación impuesta, sino una expresión voluntaria de amor. Servir al Señor con todo el corazón implica hacerlo con pureza, fidelidad y gozo. El creyente que ha experimentado la bondad de Dios no puede permanecer indiferente; su gratitud lo impulsa a actuar. Servir es una forma de adorar, y adorar es reconocer que todo lo que somos y tenemos proviene de Él. Por eso la Biblia nos exhorta: “Servid a Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo” (Salmos 100:2). El gozo del creyente se manifiesta en el servicio sincero, en la obediencia y en la entrega total a la voluntad del Señor.

La gratitud verdadera se refleja también en la reverencia y el respeto con que nos acercamos a Dios. El Señor no busca una adoración superficial ni palabras vacías, sino corazones humillados que le reconozcan como Rey y Señor. El libro de Hebreos nos enseña que debemos acercarnos a Él con gratitud, temor reverente y una actitud de santidad:

Por eso, hermanos, debemos permanecer agradecidos a nuestro Dios en todo momento. No importa si los días son buenos o difíciles; la gratitud no depende de las circunstancias, sino del conocimiento de que Dios sigue siendo fiel. Cada respiración, cada amanecer y cada oportunidad de servir son razones suficientes para agradecer. La ingratitud apaga la fe, pero el corazón agradecido la fortalece. Cuando servimos con gozo, reverencia y gratitud, testificamos que el Señor es digno de toda alabanza.

Así que sigamos por el buen camino, mantengamos la paz con todos y busquemos la santidad, “sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). Que cada palabra y cada acto nuestro sean una expresión de gratitud hacia el Creador. Vivamos con gozo, sirviendo con amor, adorando con reverencia y caminando con fidelidad, porque grande es el Dios al que servimos. Él merece nuestra alabanza, nuestro servicio y nuestro corazón agradecido por siempre.

Dios levanta del polvo al pobre
Se burlaron mucho de mí pero no me aparté de Tus caminos

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