Toda persona que ha conocido la verdad y ha sido iluminada por la gracia del Evangelio, tiene el privilegio de caminar en libertad espiritual. Esa libertad no proviene del hombre ni de los esfuerzos humanos, sino del sacrificio perfecto de Cristo en la cruz. Sin embargo, esta libertad conlleva una gran responsabilidad: no volver a practicar el pecado deliberadamente. Quien ha conocido la verdad y decide pecar voluntariamente, desprecia el sacrificio de Cristo y se expone al justo juicio de Dios. La Escritura nos enseña que no hay más sacrificio por los pecados para aquel que ha conocido el bien y persiste en el mal.
El apóstol Pablo escribió que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, pero también dejó claro que esa gracia no debe ser motivo para continuar pecando (Romanos 6:1-2). Pecar voluntariamente significa saber que una acción es mala, ser consciente del mandato divino y, aun así, decidir desobedecer. Es actuar en abierta rebelión contra Dios, ignorando el Espíritu Santo que nos reprende. Esta clase de pecado no es un tropiezo momentáneo, sino una actitud de dureza y desprecio hacia la santidad del Señor. Por eso, el autor del libro de los Hebreos advierte con firmeza a los creyentes:
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,
Hebreos 10:26
El pecado deliberado trae consecuencias graves. No solo nos aleja de la comunión con Dios, sino que endurece el corazón y apaga la voz del Espíritu Santo. El alma que se acostumbra a pecar conscientemente sin arrepentimiento sincero corre el riesgo de quedar atrapada en la oscuridad espiritual. El versículo siguiente del mismo pasaje de Hebreos advierte claramente sobre lo que espera a los que desobedecen con premeditación:
sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.
Hebreos 10:27
Este pasaje no es simbólico ni figurado; habla del juicio real y del fuego eterno reservado para los adversarios de Dios. Quien ha conocido la verdad y la rechaza, se convierte en enemigo de la cruz. Por eso, debemos vivir con temor reverente, guardando nuestros corazones del pecado, y procurando mantener una relación constante y sincera con nuestro Salvador. El amor a Dios se demuestra en la obediencia, y la verdadera fe produce frutos de justicia y arrepentimiento.
Amado hermano, si en algún momento has caído, no desesperes. Todavía hay oportunidad de arrepentimiento mientras haya vida. Cristo está dispuesto a perdonar a quien se humilla de corazón y abandona el pecado. Pero si el corazón persiste en la rebeldía, entonces no habrá excusa ante el trono de Dios. No pongas en riesgo tu salvación por un placer momentáneo o por una desobediencia voluntaria. Recuerda que el enemigo busca que minimices el pecado para que ignores su gravedad, pero la Palabra de Dios es clara: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
Así que, querido lector, acerquémonos al Señor con corazón sincero, dejando atrás todo lo que nos impulsa a pecar deliberadamente. Vivamos en santidad, amando la verdad y obedeciendo Su Palabra. No juguemos con el pecado ni ignoremos la voz del Espíritu Santo. Dios es justo, y Su ira se manifestará contra toda impiedad. Pero también es misericordioso con los que se arrepienten. Permanezcamos firmes, fieles y vigilantes, para que en el día del juicio podamos ser hallados irreprensibles delante de Él. Que el Señor nos conceda la fuerza para vivir en Su voluntad y apartarnos de todo pecado que desagrada Su santo nombre.