Porque allí quiero estar ese gran día, alabando y glorificando el Nombre del Señor, levantando mis manos delante de Su trono y proclamando con gozo que Él es Rey de reyes y Señor de señores. Este es el anhelo más profundo del corazón que ha sido transformado por Su gracia: poder contemplar Su gloria y rendirle toda adoración. En ese día glorioso, no habrá más llanto, ni tristeza, ni cansancio, solo gozo eterno en la presencia de Aquel que nos amó primero y nos redimió con Su sangre.
Para todos los santos del Señor, ese será el cumplimiento de todas las promesas, la consumación de la fe y la esperanza. Estaremos ante Su trono, rodeados de ángeles, escuchando el sonido de las voces que proclaman Su grandeza. Por eso, cada día en esta tierra debemos vivir preparándonos para ese momento, llevando una vida que agrade a Dios, caminando en santidad y firmeza, sabiendo que solo por Su misericordia estaremos allí. Este debe ser el mayor deseo y gozo de todo creyente: adorar eternamente al Cordero inmolado.
El apóstol Juan, siervo fiel del Señor, fue testigo de una visión tan gloriosa que las palabras apenas pueden describirla. En su revelación escuchó una voz que provenía del majestuoso trono de Dios, una voz que invitaba a toda criatura a alabar Su Nombre. Esa voz resonaba con poder y majestad, recordando a todos los siervos del Señor cuál es nuestro propósito eterno: rendirle alabanza por los siglos de los siglos.
Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes.
Apocalipsis 19:5
¡Qué glorioso mandato! No hay distinción ante el trono celestial. Todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, reyes y siervos, se postrarán para reconocer que solo Dios merece la alabanza. Alaben al Señor todos los pueblos, tribus y naciones; alaben Su santo Nombre con cánticos nuevos, porque grande es Su fidelidad y eterna es Su misericordia. Estas palabras de Apocalipsis nos invitan a vivir con un corazón de adoración, no solo esperando ese día, sino comenzando a alabar desde ahora, mientras aún peregrinamos en este mundo.
Imagina ese momento, amado lector, cuando seas llamado por tu nombre, cuando escuches la voz del Señor diciendo: “Bien, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor.” Será un instante indescriptible, el cumplimiento de toda esperanza. No habrá mayor honor que estar de pie, vestido con vestiduras blancas, cantando junto a millones de redimidos, glorificando al Cordero que nos salvó.
Mientras esperamos ese día, debemos mantenernos firmes en la fe, viviendo con gratitud, obediencia y devoción. No podemos pretender estar en Su presencia sin haber vivido buscando Su rostro aquí en la tierra. Busquemos con rectitud Sus caminos, esforcémonos en hacer Su voluntad, y no dejemos que el ruido del mundo apague nuestra adoración. Recordemos que el Señor busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad.
Hermanos, el tiempo se acerca. Que nuestras vidas sean un cántico constante de alabanza. Que cada palabra y cada acción glorifiquen a nuestro Dios. Pidamos al Espíritu Santo que nos prepare y nos fortalezca, para que en aquel día podamos estar de pie ante Su presencia, alabando Su Nombre con todo el corazón. Sea el Señor exaltado ahora y por siempre. ¡Aleluya!

