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Deseo de estar en la santa ciudad

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.

Oh Señor amado, cuán grande es tu promesa y cuán glorioso será el día en que tus hijos podamos contemplar con nuestros propios ojos la nueva Jerusalén, esa ciudad santa que Tú mismo has preparado desde la eternidad. Tú, que reinas con poder y majestad, has diseñado un lugar perfecto donde no habrá llanto ni dolor, donde todo será luz y justicia. Oh Señor, anhelamos ese día en que vengas con gloria y nos lleves a morar en esa ciudad, el hogar eterno de los redimidos, donde tu presencia llenará todo con su esplendor.

Dios eterno, en Ti está puesta nuestra esperanza. Queremos vivir de tal manera que nuestros nombres estén escritos en el libro de la vida, para que podamos entrar por las puertas de esa ciudad celestial. Oh mi Dios, deseo estar en tu santa ciudad; guarda mi corazón de toda maldad y dame la fortaleza para perseverar hasta el fin. Aunque las pruebas sean muchas y los días parezcan difíciles, confiamos en tu poder y en tu fidelidad. Tú prometiste venir por tu pueblo, y sé que cumplirás tu palabra, porque eres un Dios de verdad que no falla jamás.

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.
Apocalipsis 21:2

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¡Qué maravillosa revelación la que recibió el apóstol Juan! En un momento de profunda comunión con el Espíritu Santo, sus ojos contemplaron la nueva Jerusalén descendiendo del cielo, resplandeciente, adornada como una novia preparada para su esposo. Es una imagen llena de pureza, amor y gloria. Esta ciudad representa el cumplimiento del plan redentor de Dios: un lugar donde habitará con Su pueblo para siempre, donde ya no habrá pecado, donde la muerte no existirá y donde la luz del Cordero iluminará cada rincón.

Podemos imaginar las calles de oro puro, el mar como de cristal, los muros de jaspe y las puertas de perlas. Cada detalle refleja la perfección y la santidad del Creador. Pero más allá de su belleza, lo que hace gloriosa a esta ciudad es la presencia del mismo Dios habitando entre nosotros. Ya no habrá templo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero serán su templo. Allí no habrá necesidad del sol ni de la luna, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera. ¡Qué esperanza tan maravillosa para todos los que aman su venida!

Por eso, hermanos, vivamos con fe y esperanza, sabiendo que este mundo es pasajero. No pongamos nuestro corazón en las cosas terrenales que se desgastan, sino en las celestiales que son eternas. Que cada día sea una preparación para ese momento glorioso. Perseveremos en la oración, mantengamos la fe, y permanezcamos firmes en la presencia del Señor, sabiendo que nuestra ciudadanía no está en la tierra, sino en los cielos.

Anhelemos poder habitar en la santa ciudad del Señor, donde la justicia morará y donde todo será gozo perpetuo. Allí no habrá lágrimas, porque Él enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Viviremos eternamente en paz, adorando al Cordero que fue inmolado. ¡Oh Señor!, prepara nuestros corazones para ese encuentro glorioso. Que cuando suene la trompeta final, podamos levantarnos con gozo para entrar por las puertas de la nueva Jerusalén, la ciudad que Tú, Dios eterno, has preparado para los que te aman. Amén.

Allí estaré alabando a Dios
Si no tomas tu cruz y no sigues a Jesús, no eres digno de Él
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