Somos el pueblo de Dios, escogido y redimido por la sangre preciosa de Jesucristo. Él pagó por nuestros pecados con Su vida, nos lavó con Su amor y nos adoptó como hijos del Reino. Ya no pertenecemos al mundo ni vivimos bajo condenación, sino bajo la gracia del Cordero. Todo lo que somos y todo lo que tenemos proviene de Él, y un día muy cercano podremos contemplar Su rostro y servirle eternamente en Su presencia. Esa es la esperanza gloriosa de todo creyente fiel: estar muy cerca de Él, sirviéndole como siervos suyos que hemos sido llamados a ser.
Esta es la mayor promesa que Dios nos ha dado, y pronto la veremos cumplida. No habrá más separación, no habrá distancia entre el Creador y Su creación. Todo aquel que ha guardado Su Palabra, que ha caminado en obediencia y perseverado en la fe, recibirá la recompensa eterna: morar junto a Dios, en una comunión perfecta e inquebrantable. El camino puede parecer largo, pero cada paso de fidelidad nos acerca más a esa gloria prometida. Por eso debemos desechar todo pecado, toda distracción, y todo aquello que nos aparte de la santidad, porque los que aman al Señor serán llamados siervos fieles en Su Reino.
Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán.
Apocalipsis 22:3
Estas palabras finales del libro de Apocalipsis nos llenan de esperanza. Llegará un día en que la maldición que cayó sobre la humanidad por causa del pecado será completamente eliminada. El mal será destruido para siempre, y el Reino de Dios será establecido en justicia y verdad. En ese día glorioso, Cristo reinará desde Su trono junto al Padre, y sus siervos le servirán con gozo eterno. Ya no habrá dolor, ni llanto, ni sufrimiento, porque el antiguo orden de las cosas habrá pasado. Los que hoy lloran por causa de la fe serán consolados, y los que perseveraron recibirán coronas de vida.
Imagina por un momento ese lugar donde no habrá más maldad ni pecado, donde la presencia de Dios llenará todo el ambiente, y donde cada palabra será alabanza. No es una fantasía ni un sueño humano, sino una promesa divina respaldada por la fidelidad de Aquel que no miente. El cielo nuevo y la tierra nueva serán la herencia de los santos, un hogar sin corrupción, donde reinan la paz, la luz y la santidad. Todo lo que el hombre ha perdido por causa del pecado será restaurado por completo por medio de Cristo Jesús.
Querido hermano, no permitas que las pruebas ni el desánimo te aparten del camino. Mantente firme, caminando en los caminos de Dios, obedeciendo Su voz y sirviendo con un corazón dispuesto. Muy pronto el Señor vendrá y llevará a los suyos para estar con Él por la eternidad. Prepárate, porque en aquel día no habrá lugar para los tibios ni para los indiferentes, sino para los que perseveraron hasta el fin.
¿Estás preparado para servir y adorar al Señor en Su Reino eterno? Hoy es el momento de reafirmar tu compromiso con Dios, de vivir cada día como un siervo fiel que espera con gozo el regreso de su Señor. Que tus manos trabajen para Él, que tu boca proclame Su gloria, y que tu corazón arda en amor por Aquel que te salvó. Porque pronto veremos Su rostro, y le serviremos con alegría por los siglos de los siglos. Amén.

