En esta carta del apóstol Pablo comprendemos una verdad vital para todo creyente: la preparación espiritual del hombre de Dios debe ser constante y disciplinada. El cristiano no puede vivir de manera descuidada, sino que debe guardar su corazón de toda tiniebla y mantenerse alerta, sabiendo que el gran día del Señor se acerca. Pablo escribe con un sentido de urgencia, recordando que la vida en Cristo no consiste solo en palabras o emociones, sino en una transformación diaria que nos aleja del pecado y nos acerca a la luz divina. Esta preparación implica una vigilancia espiritual, un esfuerzo continuo por mantenernos firmes en la fe y apartados del mal.
La exhortación del apóstol es clara y directa. En una época en la que muchos vivían de manera desordenada, sin esperanza ni temor de Dios, Pablo los llama a despertar. La vida desordenada de aquellos tiempos no es muy diferente de la de hoy: hombres y mujeres que viven como si Cristo no fuera a regresar, que persiguen los placeres de este mundo y se olvidan de su Creador. Sin embargo, el llamado de Dios sigue siendo el mismo: despertar del sueño espiritual, dejar las obras de las tinieblas y prepararnos para el encuentro con nuestro Señor.
En Romanos 13:12 Pablo declara: “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz.” Este versículo encierra una poderosa enseñanza. La “noche” simboliza el tiempo de ignorancia, pecado y oscuridad moral en el que vive el mundo sin Dios. Pero el “día” representa la luz de Cristo que ya ha amanecido sobre los creyentes. El apóstol nos invita a desechar todo lo que pertenece a la oscuridad —pecado, orgullo, inmoralidad y egoísmo—, y a vestirnos con las armas de la luz, es decir, con la justicia, la fe, la verdad y el amor que provienen de Cristo.
Las obras de las tinieblas son aquellas prácticas que destruyen el alma y nos separan de Dios: la glotonería, la borrachera, las lujurias, las contiendas y la envidia. Pablo nos advierte que quienes se entregan a tales cosas no están preparados para el regreso del Señor. Por eso, la única forma de estar listos es revestirse del carácter de Cristo. El creyente debe renunciar a las pasiones de la carne y dejar que la luz del Espíritu Santo brille en cada área de su vida. Así, cuando llegue el gran día, no será sorprendido, sino hallado fiel y lleno de gozo.
Vestirse con las armas de la luz significa adoptar una nueva manera de vivir. Implica caminar en pureza, amar al prójimo, perdonar de corazón y buscar las cosas que agradan a Dios. La luz de Cristo no solo alumbra el camino, sino que también transforma el corazón. Un creyente que vive en la luz se convierte en reflejo del amor y la verdad del Señor. Esa es la diferencia entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas: los primeros buscan agradar a Dios, los segundos viven para sí mismos. No podemos decir que seguimos a Cristo si todavía caminamos en oscuridad.
Querido amigo y hermano, la Palabra de Dios nos llama hoy a despertar. El tiempo se acorta, y el día de la venida del Señor está más cerca que nunca. No pierdas el tiempo en cosas vanas ni permitas que el pecado gobierne tu corazón. Desecha las obras de las tinieblas, apártate de todo aquello que te aleja del Señor y busca Su rostro cada día. Vístete del Señor Jesucristo, vive en Su luz y deja que Su Espíritu te guíe. Cuando Cristo venga, los que estén vestidos de Su justicia serán recibidos con gozo en Su presencia. Prepárate, porque el día está próximo. Dios te bendiga y te fortalezca para perseverar hasta el fin. Amén.

