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Cuídate de la avaricia

Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.

La avaricia es un mal silencioso que ha destruido hogares, amistades y hasta vidas enteras. Es el deseo desmedido de tener más, de poseer aquello que no nos pertenece, aun cuando eso implique herir a otros. En la actualidad, vemos cómo muchas personas sacrifican sus valores, su familia e incluso su fe con tal de obtener riquezas o poder. La avaricia es una raíz profunda del pecado, pues esclaviza el corazón del hombre y lo aparta de Dios. En nombre del dinero, se rompen relaciones familiares, se cometen injusticias y se pierde la paz. La Escritura nos enseña que el amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Timoteo 6:10), y quienes se dejan dominar por él terminan apartándose de la fe y cayendo en muchas trampas.

Incluso en los tiempos de Jesús, este problema era evidente. En una ocasión, alguien de la multitud se acercó al Maestro con una petición aparentemente justa: “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia.” Pero Jesús, con sabiduría divina, discernió la verdadera intención del corazón y respondió: “¿Quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” Luego añadió una advertencia eterna: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” (Lucas 12:15). Con estas palabras, el Señor nos enseña que la vida verdadera no se mide por lo que acumulamos, sino por lo que somos delante de Dios.

Jesús conocía bien la naturaleza humana. Sabía que el corazón del hombre tiende a aferrarse a lo material, creyendo que la abundancia de bienes garantiza la felicidad. Pero nada más lejos de la verdad. Las riquezas pueden desaparecer, los bienes pueden perderse, y el dinero nunca podrá llenar el vacío espiritual. El hombre avaro vive con miedo, con ansiedad y con un deseo insaciable de tener más. En cambio, quien confía en Dios vive con contentamiento, sabiendo que todo lo que posee es un regalo del Señor y que nada material puede compararse con la paz de Su presencia.

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En este pasaje, Jesús también nos recuerda el gran valor que tenemos delante de Dios. No somos valiosos por lo que tenemos, sino por lo que somos en Cristo. Él demostró nuestro valor entregando Su propia vida en la cruz. Esa entrega es la prueba más grande de amor y debe motivarnos a vivir agradecidos, no codiciosos. La avaricia ciega el entendimiento espiritual, pero el amor de Cristo abre los ojos del alma para reconocer que la verdadera riqueza está en lo eterno, no en lo terrenal.

El creyente debe aprender a ser buen administrador de lo que Dios le ha confiado, no esclavo de las posesiones. Todo lo que tenemos nos ha sido dado por gracia, no por mérito. Por eso, el Señor nos llama a compartir, a ser generosos y a no poner nuestra esperanza en lo incierto de las riquezas. En Hebreos 13:5 se nos exhorta: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.” Este versículo resume el antídoto contra la avaricia: la confianza en la provisión fiel de Dios.

Amado hermano, querido amigo, cuídate de toda avaricia. Este mal puede apoderarse del corazón sin que lo notemos, haciéndonos creer que necesitamos más para ser felices. Pero recuerda que todo lo material quedará aquí cuando partamos de esta tierra. Solo lo que hacemos para Dios permanecerá. Busca primeramente el Reino de Dios y Su justicia, y todo lo demás te será añadido. Vive con gratitud, comparte con amor, y reconoce que la mayor riqueza es tener a Cristo en tu corazón. Él es nuestro tesoro eterno, y en Él no hay pérdida, sino ganancia para la vida y para la eternidad. Dios te bendiga.

El que practica el pecado es del diablo
Quita la ira de tu vida
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