La sabiduría que poseemos no proviene de nosotros mismos, sino de Dios, quien con amor y paciencia nos enseña a caminar correctamente. Todo lo que hemos aprendido a lo largo de la vida —a soportar pruebas, a perdonar, a confiar, a permanecer firmes— ha sido por Su gracia y dirección. Es el Señor quien nos da entendimiento para discernir entre el bien y el mal, y nos concede prudencia para actuar conforme a Su voluntad. Sin Su guía, caeríamos fácilmente en la necedad, pero con Su Espíritu obrando en nosotros, podemos mantenernos firmes aun en medio de las tormentas. Por eso, debemos reconocer que toda sabiduría, fortaleza y entendimiento vienen de nuestro Dios todopoderoso.
El apóstol Santiago, movido por el Espíritu Santo, nos enseña una lección muy práctica y profunda sobre la conducta del creyente. Nos exhorta a ser prudentes, a actuar con calma, y a reflejar el carácter de Cristo en nuestras palabras y reacciones. El sabio no es quien más habla, sino quien escucha con atención y responde con amor. La sabiduría de Dios nos capacita para controlar la lengua, evitar discusiones innecesarias y mantener la paz. El sabio no se deja dominar por la ira, porque sabe que la ira del hombre no obra la justicia de Dios. De esta manera, aprendemos a dominar nuestras emociones, a confiar en que el Señor tiene el control y a responder con serenidad aun cuando las circunstancias sean difíciles.
Santiago nos recuerda esta enseñanza fundamental:
Cuando vivimos conforme a este principio, damos testimonio de que la sabiduría divina gobierna nuestras vidas. No respondemos con enojo, sino con gracia; no hablamos por impulso, sino con discernimiento. Cada vez que somos probados y permanecemos firmes, el Señor nos fortalece y moldea nuestro carácter. Las pruebas no son castigos, sino oportunidades para crecer espiritualmente y depender más del Señor. Él permite que enfrentemos desafíos para que aprendamos a confiar en Su dirección, y para que nuestra paciencia sea perfeccionada.
Por eso, hermanos amados, cada vez que sientas que la ira o la impaciencia tocan tu corazón, recuerda estas palabras: “sé tardo para hablar y tardo para airarte”. Antes de reaccionar, ora. Antes de responder, escucha. Y antes de decidir, busca la dirección del Señor. La sabiduría que viene de lo alto es pura, pacífica, amable, llena de misericordia y buenos frutos. Esa es la sabiduría que debe gobernar nuestras palabras y acciones.
Pidamos al Señor que nos llene cada día más de Su sabiduría, que nos ayude a hablar con prudencia y a actuar con paciencia. No olvidemos que el sabio se distingue no por lo que dice, sino por cómo vive. Así que, sigamos caminando con calma, guiados por el Espíritu Santo, aprendiendo a escuchar más y hablar menos, para que la paz de Dios gobierne en nuestros corazones. De esta manera, llevaremos una vida que refleje la luz de Cristo y seremos verdaderamente sabios delante de nuestro Señor. Amén.