Estos son los últimos tiempos, y por eso la misma Biblia nos exhorta con insistencia a mantenernos preparados para ese gran día en el que el Señor vendrá por Su pueblo. No será un acontecimiento común, sino el cumplimiento glorioso de todas las promesas hechas a los que perseveraron hasta el fin. Cristo vendrá por aquellos que un día negaron al mundo, que cargaron su cruz y siguieron al Maestro con fidelidad. Los que sufrieron por Su causa, los que vivieron en santidad y esperaron Su regreso con anhelo, serán levantados y llevados a la gloria eterna de Dios.
La venida de Cristo está más cerca de lo que muchos imaginan. Las señales que el mismo Señor anunció se cumplen ante nuestros ojos: guerras, rumores de guerras, maldad multiplicada, amor enfriado, falsos profetas y una humanidad cada vez más alejada de la verdad. Ante este panorama, el creyente no debe temer, sino mantenerse firme, velando en oración y consagración, sabiendo que la redención está a las puertas. El tiempo de la gracia se acerca a su final, y solo aquellos que guardan Su palabra permanecerán en pie cuando Él venga en gloria.
El apóstol Juan, mientras estaba en la isla de Patmos, recibió una revelación profunda sobre los acontecimientos del fin. En el libro de Apocalipsis, capítulo 22, nos deja un mensaje claro, que resuena con poder aún hoy, recordándonos que el tiempo está cerca y que debemos guardar la profecía con diligencia y temor reverente.
Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca.
Apocalipsis 22:10
Este versículo es una advertencia y, a la vez, una invitación divina. No debemos cerrar nuestros oídos ni sellar el mensaje de la profecía. La Palabra de Dios debe ser proclamada, anunciada y vivida con urgencia, porque el regreso del Señor no tardará. Juan fue testigo de esta revelación celestial; él vio y oyó las palabras del ángel y comprendió que lo revelado no era un misterio para guardar, sino una verdad para anunciar a toda la humanidad.
El mismo Jesús habla en el verso 7 de este capítulo diciendo: “He aquí, vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”. Aquí, el Señor declara Su inminente regreso y promete bendición a aquellos que permanecen fieles a Su palabra. No se trata solo de leer o conocer las Escrituras, sino de guardarlas en el corazón, de obedecerlas y vivir conforme a ellas. Los que así lo hagan serán llamados bienaventurados, porque estarán listos cuando suene la trompeta final y Cristo levante a Su Iglesia.
Hoy más que nunca, la Iglesia debe despertar. No es tiempo de tibieza ni de distracciones, sino de santidad y comunión con Dios. El enemigo trabaja incansablemente para adormecer la fe de muchos, pero los verdaderos hijos de Dios deben perseverar, mirando al cielo, con la lámpara encendida y el corazón preparado. Jesús mismo dijo: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora” (Mateo 25:13). Esta advertencia sigue siendo vigente, porque el día del Señor vendrá como ladrón en la noche, repentino e inesperado para aquellos que viven desprevenidos.
Cada día que pasa es un recordatorio de que la venida de Cristo se acerca. Las promesas se están cumpliendo, los corazones se enfrían, y la maldad avanza, pero también hay un pueblo que se mantiene fiel, que ora, que predica, que espera con esperanza viva el regreso de su Salvador. Ese pueblo somos nosotros, los redimidos por Su sangre, los que hemos creído en Su nombre y confiamos en Su victoria.
Hermanos, no desperdiciemos el tiempo que el Señor nos ha concedido. Aprovechemos cada día para fortalecer nuestra fe, servir con amor, perdonar, reconciliarnos y caminar conforme a la verdad. Guardemos Su palabra, atesorémosla en el corazón, y no dejemos que nada ni nadie nos aparte del Camino. El día glorioso del levantamiento de la Iglesia está muy cerca, y solo los que perseveren firmes serán levantados en gloria para encontrarse con el Señor en las nubes.
Así que, mantengámonos firmes y vigilantes. Que nuestras lámparas estén llenas de aceite, que nuestros corazones estén limpios y nuestras vidas rendidas completamente al Señor. No sabemos el día ni la hora, pero sabemos con certeza que Cristo vendrá. Y cuando Él venga, los fieles dirán con gozo: “Este es nuestro Dios; le hemos esperado, y nos salvará”. Que el Señor halle en nosotros un pueblo preparado, consagrado y lleno de fe, esperando con gozo el cumplimiento de Su promesa: “He aquí, vengo pronto”. Amén.

