En este articulo veremos uno de los versículos del sermón del monte, en donde Jesús hablaba sobre las bienaventuranzas, de cómo se debe actuar para tratar bien a los demás. Jesus les enseñaba a Sus discípulos sobre lo que ellos debían procurar para ser llamados hijos de Dios.
El evangelio según San Mateo cuenta que cuando Jesús vio la multitud, subió al monte y allí fueron los discípulos hacia Él, y de inmediato el Maestro les impartió una serie de enseñanzas. En Sus palabras, Jesus continuó dijo lo siguiente:
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Mateo 5:9
Somos más que bienaventurados por ser hijos de Dios, porque, a pesar de pasar tantas dificultades, dejamos todo para seguir al Dios de nuestras salvación.
El Señor Jesús enseñó a sus seguidores que la verdadera paz no consiste únicamente en la ausencia de conflictos, sino en la disposición del corazón para actuar con mansedumbre, perdón y amor. El pacificador no es alguien débil, sino alguien fuerte espiritualmente, que domina sus emociones y permite que el Espíritu Santo guíe sus acciones. Ser pacificador implica tomar decisiones sabias, mantener la calma en medio de las provocaciones y buscar siempre el bien común por encima del orgullo personal.
Jesús mismo fue el mejor ejemplo de un pacificador. En muchas ocasiones fue atacado, humillado y perseguido, pero nunca respondió con violencia. En lugar de eso, enseñó a amar incluso a los enemigos, a orar por quienes nos persiguen y a no dejar que el odio gobierne nuestro corazón. Ser hijo de Dios es reflejar esa misma actitud de compasión, comprensión y humildad ante los demás.
El mundo actual vive en medio de tensiones, guerras y divisiones de todo tipo. Por eso este mensaje de Jesús sigue siendo tan necesario hoy. Dios llama a sus hijos a ser portadores de Su paz en los hogares, en las iglesias, en los trabajos y en las comunidades. Cuando alguien promueve la paz, está extendiendo el Reino de Dios en la tierra, porque donde hay reconciliación, hay amor, y donde hay amor, allí está el Señor.
El apóstol Pablo también habló de esto cuando escribió: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). Este pasaje complementa perfectamente las palabras de Jesús, porque nos recuerda que la paz requiere esfuerzo, humildad y disposición para perdonar. No siempre será fácil, pero cada vez que buscamos la paz, estamos demostrando que pertenecemos verdaderamente a la familia de Dios.
Ser un pacificador significa muchas veces renunciar al deseo de tener la razón, elegir el silencio cuando las palabras pueden herir, y pedir perdón incluso cuando no somos los culpables. Estas acciones no son señales de debilidad, sino de madurez espiritual. El mundo necesita más personas que siembren paz, que no propaguen conflictos ni divisiones, sino que busquen construir puentes de reconciliación donde otros levantan muros.
Recordemos siempre que Jesús dijo: “Ellos serán llamados hijos de Dios”. No hay título más hermoso que ese. Ser reconocido como hijo del Creador es la recompensa más grande que alguien pueda recibir. Por tanto, esforcémonos cada día por vivir en paz, empezando por nuestro interior, porque quien tiene paz con Dios y consigo mismo puede transmitirla a los demás.
Querido lector, que estas palabras te inspiren a ser un verdadero pacificador en medio de un mundo que clama por armonía. Que el amor de Cristo te llene de sabiduría para actuar correctamente y que tu vida sea un reflejo constante de la paz que solo proviene de Dios. Si vivimos de esta manera, sin duda seremos llamados bienaventurados e hijos del Altísimo.