No confíes en nadie

Nuestra confianza siempre debe estar puesta en el Señor, porque solo Él es digno de recibirla plenamente. No hay ser humano, por más cercano que parezca, que pueda ofrecernos la seguridad y fidelidad que se encuentran en Dios. En un mundo lleno de engaños, traiciones y apariencias, el Señor sigue siendo el único amigo verdadero, aquel que nunca falla, que escucha en silencio nuestras oraciones y que guarda en secreto nuestras lágrimas. Confiar en Dios no es una opción, es una necesidad para vivir en paz y con propósito.

Vivimos tiempos difíciles, donde la sinceridad escasea y la lealtad muchas veces se ve opacada por el egoísmo o el interés personal. Por eso, debemos ser prudentes con lo que decimos y a quién le confiamos nuestras vidas y pensamientos más íntimos. Una palabra dicha al oído equivocado puede convertirse en una herida profunda. Las traiciones no son algo nuevo; desde la antigüedad, los hombres han sido víctimas de la falsedad y la envidia. A veces, los mayores dolores no provienen de los enemigos declarados, sino de los amigos cercanos o incluso de los propios familiares.

La traición fue una realidad dolorosa también en los tiempos bíblicos. Muchos la practicaban por codicia o por deseo de reconocimiento, sin medir las consecuencias. Recordemos que incluso Jesús fue traicionado con un beso por uno de los que compartía Su mesa. La traición no siempre viene disfrazada de enemistad; a menudo viene acompañada de sonrisas, palabras amables y promesas vacías. Por eso la Palabra nos exhorta a ser cautos, a no confiar ciegamente en los hombres, sino a poner toda nuestra esperanza en Dios, quien jamás defrauda.

El profeta Miqueas vivió en tiempos donde la corrupción y la traición eran parte de la vida cotidiana. Por eso, su consejo no es de paranoia, sino de sabiduría. No pongas tu confianza en personas que pueden fallarte, sino en el Señor que nunca cambia. Si hoy te sientes traicionado o defraudado, recuerda que hay un lugar seguro donde puedes refugiar tu corazón: la presencia de Dios. Él escucha cuando nadie más lo hace, comprende lo que otros no entienden y te da fuerzas para perdonar y seguir adelante.

Por todo lo anterior, es sabio que confiemos nuestros secretos, luchas y temores únicamente a nuestro Padre Celestial. Él no traiciona, no juzga y no divulga lo que le contamos. Cuando oramos, cada palabra queda guardada en Su corazón. Dios es fiel, y Su fidelidad es un refugio para todos los que se acercan a Él con sinceridad. A diferencia del hombre, Él no cambia según las circunstancias, ni nos abandona cuando más lo necesitamos.

Querido lector, si alguna vez fuiste traicionado o herido por alguien en quien confiabas, no dejes que eso endurezca tu corazón. Usa esa experiencia para aprender a depender más de Dios. Él puede sanar tus heridas y enseñarte a discernir en quién abrir tu corazón. No pongas tu esperanza en las promesas humanas, sino en las promesas eternas de Aquel que jamás miente. El Señor es tu amigo fiel, tu refugio y tu confidente perfecto. En Él puedes confiar sin reservas, porque Su amor nunca falla y Su palabra nunca cambia. Amén.

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