Si Cristo nos hizo libres para que ya no viviéramos bajo la esclavitud del pecado ni de la condenación, debemos valorar y abrazar con gozo ese gesto tan maravilloso del Señor. No fue por nuestros méritos, sino por Su inmenso amor y gracia que hoy podemos disfrutar de esta libertad. Cristo nos rescató de las cadenas espirituales que nos ataban, quitando de nosotros el peso del pasado y dándonos una nueva vida en Él. Lo que antes era esclavitud y culpa, ahora se ha convertido en gozo y esperanza.
Esta libertad que Cristo nos otorgó no es una invitación al desorden ni a vivir como queremos, sino una oportunidad gloriosa de servir a Dios con un corazón puro. Antes estábamos sometidos al yugo del pecado, sin poder acercarnos a Dios, pero ahora podemos andar en Su presencia sin temor, sabiendo que hemos sido justificados por la sangre del Cordero. Por eso, el llamado es a permanecer firmes en ese camino de fe, sin retroceder ni volver al estado anterior de esclavitud espiritual.
La historia del pueblo de Israel ilustra esta verdad. Ellos vivieron bajo la ley, tratando de cumplir mandamientos que revelaban la santidad de Dios pero que, por su debilidad humana, no podían obedecer perfectamente. Aquella ley, aunque buena, servía como un espejo que mostraba el pecado, pero no podía quitarlo. Por eso vino Cristo, para cumplir toda la ley y liberar al hombre de esa carga. En Él encontramos el verdadero descanso y la verdadera libertad.
No permitas que nada ni nadie robe la libertad que Cristo te ha dado. A veces el enemigo intentará recordarte tu pasado o hacerte sentir indigno del perdón divino, pero debes recordar que Jesús ya rompió esas cadenas. Él nos hizo libres del poder del pecado y de la muerte, y ahora podemos caminar con gozo bajo la luz de Su gracia. Como dice Romanos 8:1: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”.
No temas seguir caminando en esa libertad, porque Cristo mismo te sostiene. Vive cada día con la seguridad de que tu vida le pertenece a Él, y que esa libertad no es para vivir lejos de Dios, sino más cerca de Su corazón. La libertad en Cristo es una vida guiada por el Espíritu Santo, llena de paz, gozo y propósito. No vuelvas atrás ni te sometas al yugo de las tradiciones o de los temores del pasado. En Jesús hay perdón, hay esperanza, y hay una nueva oportunidad cada mañana.
Amado hermano, disfruta la libertad que Cristo te ha dado. No la uses como excusa para el pecado, sino como motivación para amar y servir mejor al Señor. La cruz te liberó para que camines con dignidad, para que vivas en santidad y para que compartas con otros el mensaje del Evangelio. Permanece firme en esa libertad, y recuerda que el mismo Cristo que te salvó, te sostendrá hasta el fin. Vive libre, vive en paz, y glorifica a Aquel que te hizo verdaderamente libre. Amén.