La sabiduría es uno de los tesoros más grandes que una persona puede poseer, pues de ella depende la manera en que conducimos nuestra vida. No se trata solamente de tener conocimientos humanos o estudios académicos, sino de contar con la verdadera sabiduría que proviene de Dios. Las Escrituras nos enseñan que aquel que carece de sabiduría se expone a caer constantemente en errores, tropezando una y otra vez con sus propios pasos. Por eso es necesario buscar la sabiduría divina para así poder cuidar nuestros pasos y vivir de manera recta delante del Señor.
Las personas simples, que se dejan guiar únicamente por sus propios deseos o por las corrientes de este mundo, terminan engañándose a sí mismas. Una persona simple es aquella que piensa que andando mal delante de Dios aún podrá prosperar, pero en realidad lo que le espera es un triste final. La prosperidad terrenal que se obtiene apartándose del Señor es pasajera, y finalmente deja vacío el corazón. Por eso, el sabio no se conforma con lo material, sino que busca lo eterno.
Entonces es muy cierto que existe una diferencia enorme entre alguien que camina según sus propios pensamientos y aquel que camina cuidadosamente, llevando sus pasos según los mandatos del Señor. La diferencia está en el resultado final: el primero termina confundido y derrotado, mientras que el segundo encuentra firmeza, dirección y bendición.
El simple todo lo cree; Mas el avisado mira bien sus pasos.
Proverbios 14:15
El autor de este libro nos muestra la debilidad de quienes no buscan la sabiduría. Estas personas, al no estudiar sus pasos, fácilmente son confundidas y engañadas. Son como ovejas sin pastor, vulnerables a cualquier mentira. Sin embargo, los sabios son prudentes: saben analizar, discernir y meditar antes de actuar. Ellos reconocen que no todo camino conduce a la vida, y por eso examinan por dónde deben caminar. No se dejan llevar por cualquier voz, sino que confirman todo con la Palabra de Dios.
Debemos tener en claro que nuestra fe no es ciega, sino que está basada en la confianza en Dios. Esa fe nos impulsa a creer en el Señor y a obedecer sus mandamientos, lo cual nos da una visión más clara del camino. De esta forma, el Espíritu Santo nos advierte de cualquier peligro que se levante en nuestra senda. Así como un faro guía al navegante en medio de la tormenta, la sabiduría de Dios nos guía en medio de este mundo lleno de confusión y engaño.
El apóstol Pablo exhortaba a los creyentes a andar como sabios y no como necios, aprovechando bien el tiempo porque los días son malos (Efesios 5:15-16). Esto significa que no podemos caminar sin dirección, sino que debemos pedir a Dios discernimiento para cada decisión de nuestra vida: qué amistades cultivar, qué proyectos emprender, qué palabras pronunciar y qué caminos evitar. El sabio entiende que cada elección trae consecuencias, y por eso se esfuerza en ser guiado por el Señor.
Hermano querido, no te detengas en medio del camino ni te dejes llevar por la necedad. Sigue buscando la sabiduría de Dios, creyendo fielmente en Su palabra, caminando con Él día tras día. Esa es nuestra fe: no conformarnos con lo aparente, sino confiar en el Dios eterno que nos conduce a vida y paz.
Amigo, si te identificas con estas palabras, hoy es el momento para reflexionar. Tal vez has estado caminando sin dirección, siguiendo consejos errados o confiando solo en tu fuerza. Hoy el Señor te llama a que busques Su sabiduría, a que creas en Jesús como el Salvador de tu vida y permitas que Su Palabra sea la lámpara que alumbre tu camino. El sabio no es aquel que nunca falla, sino aquel que reconoce su necesidad de Dios y se deja guiar por Él.
Conclusión: Vivir sabiamente significa aprender a cuidar nuestros pasos bajo la dirección del Señor. La verdadera prosperidad no está en acumular riquezas, sino en caminar de la mano de Dios, porque solo Él puede guardarnos del mal y darnos vida eterna. Que cada día podamos pedir como el rey Salomón: “Señor, dame sabiduría para andar delante de Ti con rectitud”.