El eterno Dios, creador del cielo y de la tierra, es nuestro refugio seguro en todo tiempo. Él es quien nos sostiene en medio de la tormenta, quien nos cubre con Sus brazos poderosos cuando los vientos de la vida parecen arrasarlo todo. En los momentos de angustia, cuando todo parece derrumbarse, encontramos abrigo en Su presencia. No hay fuerza más grande ni refugio más seguro que nuestro Dios, aquel que permanece fiel de generación en generación.
Cuando reconocemos que Dios es nuestro refugio, comprendemos que nada ni nadie puede derribarnos. Las pruebas, por duras que sean, se vuelven pequeñas cuando las enfrentamos con la certeza de que el Señor pelea nuestras batallas. Él es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. No importa lo grande que sea el enemigo ni lo difícil del camino: si Dios está delante de nosotros, la victoria es segura.
El libro de Deuteronomio nos recuerda esta gloriosa promesa de protección divina:
El eterno Dios es tu refugio,
Y acá abajo los brazos eternos;
Él echó de delante de ti al enemigo,
Y dijo: Destruye.Deuteronomio 33:27
Estas palabras fueron pronunciadas por Moisés antes de su partida, como una bendición sobre el pueblo de Israel. No eran simples palabras, sino una declaración de fe y confianza en el Dios que había acompañado a Israel desde su salida de Egipto. Moisés, al final de su vida, quiso recordarles que el Señor no solo había sido su guía, sino también su refugio, el protector que los había sostenido con Sus brazos eternos.
Esta bendición encierra una verdad poderosa: el mismo Dios que defendió a Israel sigue siendo el Dios que defiende a Su pueblo hoy. Así como Él echó de delante del pueblo a sus enemigos, también te dará victoria sobre los tuyos. El enemigo puede levantarse, pero no podrá prevalecer, porque detrás de ti, a tu lado y delante de ti están los brazos eternos de tu Padre celestial.
El pueblo de Israel debía aprender una lección clave: no se trataba de su fuerza ni de su capacidad para vencer, sino del poder del Dios eterno que los acompañaba. Ellos solo debían creer y caminar en fe, confiando en que la palabra del Señor se cumpliría. Y así también nosotros debemos vivir hoy. No dependemos de nuestras habilidades, sino del refugio que nos brinda el Dios Todopoderoso. Él nos cubre con Su gracia, nos guarda bajo Su sombra y nos sostiene con amor inquebrantable.
Hay momentos en los que las pruebas parecen interminables y los enemigos se multiplican, pero aun entonces, Dios sigue siendo nuestro refugio. Su promesa no cambia: “No te dejaré ni te desampararé.” Él pelea por nosotros, y Su victoria siempre es perfecta. Cuando el enemigo intenta sembrar miedo, recordemos que el Señor ya declaró: “Destruye”. Esa es Su orden sobre todo lo que intenta oponerse a Su voluntad en nuestras vidas.
Amado hermano, hoy puedes descansar en la seguridad de que el eterno Dios está de tu lado. Él no te ha abandonado ni te abandonará. Si sientes cansancio, refúgiate en Sus brazos; si sientes miedo, escóndete bajo Su sombra. Dios será tu escudo en la batalla y tu descanso en la aflicción. Sus brazos no se cansan, Su poder no disminuye y Su amor nunca falla.
Así como Moisés declaró sobre Israel la bendición del refugio divino, hoy esa promesa también es para ti. No estás solo. El Señor está contigo, te protege, te guarda y te defiende. Solo necesitas tener fe y confiar en Su palabra. Cree que Él pelea tus batallas, y verás cómo tus enemigos caen delante de ti. El Dios eterno es tu refugio, y debajo de ti están los brazos que nunca te soltarán. Confía en Él y permanece firme, porque quien se refugia en Dios jamás será avergonzado. Amén.