Apresúrate a mí, oh Dios

Hay etapas en la vida en las que sentimos que el peso de las circunstancias es demasiado grande. Son momentos en los que todo parece cerrarse a nuestro alrededor, en los que el horizonte desaparece y lo único que vemos es una pared sin salida. En esas horas oscuras, incluso la fe puede tambalearse y surgen las dudas sobre nuestro Señor. Sin embargo, esas son precisamente las circunstancias en las que más debemos aferrarnos a Dios y recordar que Su mano poderosa no se ha acortado para salvar.

Cuando nos encontramos en situaciones que parecen no tener solución, es fácil caer en la desesperación. Pero la Palabra de Dios nos enseña que Él no abandona a Sus hijos. Aunque no veamos salida, nuestro Dios está ahí para ayudarnos. Él no llega tarde; Su intervención ocurre en el momento perfecto. Muchas veces el Señor usa esas pruebas para fortalecer nuestro carácter y aumentar nuestra confianza en Él. Aunque parezca que el cielo está cerrado, Dios sigue escuchando cada oración y cada clamor.

Yo estoy afligido y menesteroso; Apresúrate a mí, oh Dios. Ayuda mía y mi libertador eres tú; Oh Jehová, no te detengas.

Salmos 70:5

Estas palabras, pronunciadas por el salmista, son un testimonio de fe en medio de la angustia. David —o el autor de este salmo— reconoce su aflicción y su necesidad, pero al mismo tiempo confiesa que Dios es su ayuda y su libertador. Él no niega su dolor ni su debilidad, sino que las presenta delante del Señor con un ruego sincero: “Apresúrate a mí, oh Dios”. Es un clamor profundo de alguien que sabe que solo en Dios puede encontrar la salida.

El salmista entendía que sin la intervención divina sus enemigos lo destruirían. Estaba rodeado de aflicciones, persecuciones y dificultades, pero su confianza en Dios era mayor que cualquier temor. Aunque su situación era urgente y peligrosa, no buscó refugio en los hombres ni en su propia fuerza, sino en el Señor. Esa fe inquebrantable es la que nos invita hoy a acercarnos con confianza al trono de la gracia.

El versículo “Oh Jehová, no te detengas” refleja la seguridad de que Dios escucha y responde. Tal vez en este momento tú también te sientas como el salmista: agotado, sin salida y rodeado de problemas. Pero este pasaje es una invitación a no rendirte, a levantar tu voz al cielo y clamar al Dios que se apresura a socorrer a Sus hijos. Él es tu ayudador y tu libertador, y en Su tiempo te dará la salida que necesitas.

Es normal sentir temor cuando estamos frente a circunstancias adversas. El salmista también sintió miedo de los que estaban a su alrededor, pero nunca dejó de confiar en que su libertador vendría. Esa confianza es la clave para atravesar las pruebas. Aunque tus fuerzas estén al límite, aunque todo parezca derrumbarse, recuerda que Dios nunca abandona a quienes confían en Él. Él es especialista en abrir caminos donde no los hay.

Hermanos, ¡qué bueno es saber que podemos acudir a nuestro Dios aun cuando la cuerda esté en el último hilo! Aunque todo parezca perdido, el Señor sigue siendo nuestro ayudador. Él no es indiferente a tu dolor; al contrario, se apresura a socorrerte. Así como el salmista clamó y fue librado, así también tú puedes clamar hoy y recibir fortaleza y paz en medio de la tormenta.

Por eso, en vez de rendirte, acércate a tu Padre celestial. Derrama tu corazón en oración y confía en Su respuesta. Dios es fiel y justo; Él te levantará, te fortalecerá y te mostrará que no estás solo. Al final de esta prueba podrás testificar, al igual que el salmista: “Él fue mi ayuda y mi libertador”. Amén.

El eterno Dios es tu refugio
¿Estás cansado? Dios te da fuerza