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Guárdame como la niña de tus ojos

Guárdame como a la niña de tus ojos; Escóndeme bajo la sombra de tus alas

Una oración al Padre es el acto más poderoso que puede realizar un creyente en medio de las dificultades. Es el momento en que el alma se rinde ante el Todopoderoso, reconociendo que solo en Él hay refugio, fortaleza y dirección. La oración no solo nos conecta con Dios, sino que también fortalece nuestra fe en Cristo, renovando nuestro ánimo y dándonos la seguridad de que no estamos solos. Clamar al Señor es abrir el corazón a Su presencia y permitir que Su poder se manifieste en nuestra vida.

Cuando oramos, demostramos dependencia total de Dios. No confiamos en nuestras fuerzas ni en las soluciones humanas, sino en Aquel que puede obrar más allá de lo que pedimos o entendemos. Por eso la oración es el arma más efectiva del cristiano frente a las adversidades. A través de ella resistimos al enemigo, vencemos la ansiedad y encontramos paz en medio del caos. La oración sincera produce una fe viva, y la fe viva produce victorias.

Recordemos las palabras de Jesús cuando enseñó que si tuviéramos fe como un grano de mostaza, podríamos decirle al monte que se moviera, y se movería. Así de poderosa es la fe cuando va acompañada de oración. Si tenemos fe, todo será posible en el nombre del Señor. No importa cuán grandes sean los obstáculos ni cuán fuertes los enemigos, la oración del justo puede mucho. Dios escucha al que clama con corazón sincero, y Su respuesta siempre llega en el tiempo perfecto.

El rey David es un ejemplo claro de alguien que vivió en constante comunión con Dios a través de la oración. En los momentos de angustia, de persecución o de traición, su primera reacción no fue buscar refugio en los hombres, sino postrarse ante el Señor. En este pasaje del libro de los Salmos, David eleva una oración por protección, pidiendo a Dios que le guarde de sus opresores y enemigos que deseaban su ruina:

Guárdame como a la niña de tus ojos; Escóndeme bajo la sombra de tus alas.

Salmos 17:8

Esta expresión es profundamente conmovedora. “Guárdame como a la niña de tus ojos” es un ruego cargado de ternura y confianza. David utiliza una figura poética para describir cuánto deseaba estar bajo el cuidado divino. La “niña de los ojos” representa lo más sensible y protegido del cuerpo; así quería sentirse David, resguardado en el amor y la vigilancia constante de Dios. Además, añade: “Escóndeme bajo la sombra de tus alas”, una imagen que evoca la protección amorosa de una madre que cubre a sus hijos con las alas, símbolo de seguridad, consuelo y calor.

Cada palabra de este salmo revela la dependencia de un hombre que conocía su debilidad, pero también la grandeza del Dios que servía. David no era fuerte por sí mismo, sino porque sabía a quién acudir. En sus súplicas reconocía que sin la intervención divina estaría perdido. Sin embargo, sabía también que aquel que busca a Dios de todo corazón, lo encuentra; y que aquel que se refugia bajo Su sombra, permanece seguro. Esa es la confianza del verdadero creyente: que Dios nunca lo deja solo.

Amado lector, ¿cuántas veces te has sentido rodeado por la adversidad, sin saber qué hacer? Tal vez enfrentas ataques, preocupaciones o luchas internas. Pero recuerda: el mismo Dios que guardó a David sigue siendo tu refugio hoy. No luches solo; ve al Señor en oración. Dile con tus propias palabras: “Padre, guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas.” No hay súplica que el Señor ignore cuando proviene de un corazón humilde y sincero.

Cuando clamamos al Señor, algo sucede en lo invisible: las fuerzas del mal retroceden, la fe se enciende, y la paz de Dios comienza a llenar nuestro interior. Por eso, orar no debe ser nuestro último recurso, sino nuestro primer acto ante cualquier circunstancia. La oración transforma la desesperación en esperanza y la debilidad en fortaleza. Dios no siempre quita los problemas, pero sí nos da la fuerza y la sabiduría para enfrentarlos con fe.

Querido hermano, la oración es tu escudo. No temas al enemigo ni a las pruebas. Si Dios es tu protector, nada podrá destruirte. Él cuida de ti con amor eterno y te sostiene en la palma de Su mano. Cuando ores, cree que el Señor te escucha y que Su respuesta traerá vida y victoria. El mismo Dios que libró a David del peligro está contigo hoy. Refúgiate bajo Sus alas, confía en Su poder, y verás cómo Su paz guardará tu corazón en medio de cualquier batalla. Amén.

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