Creer y confiar en el Señor es el fundamento de toda vida cristiana victoriosa. No hay fuerza más grande que la fe depositada en el Dios que nunca falla. Cuando nuestro corazón se apoya en Él, desaparece el temor, porque comprendemos que nuestro futuro no depende de las circunstancias, sino del poder de Aquel que sostiene el universo con Su palabra. Por eso, el llamado del evangelio es claro: cree solamente. No en tus capacidades, no en los recursos del mundo, sino en el Señor que todo lo puede.
Si el Señor va delante de nosotros, no hay motivo para temer. Su presencia abre caminos, disipa las tinieblas y nos guía hacia la victoria. Con Su ayuda podemos enfrentar cualquier obstáculo y salir fortalecidos, porque en Su nombre somos más que vencedores. La confianza en Dios no es una emoción pasajera, sino una convicción profunda que nos da seguridad en medio de la tormenta. Cuando la fe ocupa el lugar del miedo, el corazón descansa y la esperanza florece.
El evangelio de Lucas nos presenta una escena conmovedora que ilustra este principio de fe. Jesús se dirige a la casa de Jairo, un principal de la sinagoga, cuya hija de doce años estaba al borde de la muerte. Mientras avanzaban, una gran multitud se agolpaba a Su alrededor, y fue entonces cuando ocurrió el milagro de la mujer del flujo de sangre. Jesús se detuvo para atenderla, demostrando que la fe sincera siempre atrae Su atención. Sin embargo, mientras sanaba a esta mujer, llegó un mensaje devastador para Jairo: “Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.”
El peso de esas palabras debió ser abrumador. ¿Qué esperanza podía quedar? Pero en ese mismo momento, Jesús, con voz firme y llena de compasión, pronunció una frase que atravesó la desesperación: “No temas; cree solamente, y será salva.”
Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva.
Lucas 8:50
Con estas palabras, el Señor enseñó una lección eterna: la fe auténtica no se rinde ante lo imposible. Muchos pensaban que ya todo estaba perdido, que la muerte había vencido. Pero para Cristo, la muerte no es más que un sueño del cual Él puede despertar a quien quiere. Jesús entró en la casa de Jairo, tomó a la niña de la mano y con autoridad divina la levantó. Allí todos comprendieron que el poder de Dios no tiene límites.
Así como Jairo, muchas veces enfrentamos noticias desalentadoras. Escuchamos voces que nos dicen: “ya no hay solución”, “es demasiado tarde”, “no vale la pena seguir orando”. Pero el Maestro sigue diciendo lo mismo: “No temas; cree solamente.” Mientras haya fe, hay esperanza; mientras creas, el milagro es posible. No importa cuán oscuro parezca el panorama, el Señor tiene la última palabra.
La fe no ignora la realidad, pero confía en una realidad superior: la soberanía de Dios. Él tiene el poder de transformar lo muerto en vida, lo perdido en hallado, lo imposible en posible. Por eso, debemos rechazar el temor y aferrarnos a la fe. El temor paraliza, pero la fe activa el poder de Dios en nuestras vidas. El temor apaga la esperanza, pero la fe la enciende con nueva fuerza. En cada situación, Jesús nos invita a creer, no porque las circunstancias sean favorables, sino porque Él es fiel.
Amado hermano, si hoy sientes que todo está perdido, recuerda que el Señor no ha dejado de obrar. Para el que cree, todo es posible. No pongas tus ojos en el problema, sino en el Dios que tiene poder sobre todo problema. La fe mueve montañas, abre puertas y trae consuelo al alma cansada. El mismo Jesús que levantó a la hija de Jairo sigue levantando vidas hoy. Él puede sanar, restaurar y dar vida donde otros solo ven muerte.
Por eso, te animamos a mantener tu mirada en Cristo. No temas, confía. Aunque todo parezca imposible, cree que Dios tiene un propósito perfecto. Fortalece tu corazón en oración, alimenta tu fe con la Palabra y no permitas que el temor te robe la paz. El milagro que esperas puede estar más cerca de lo que imaginas. Solo cree, confía, y espera el tiempo de Dios. Él siempre cumple Su promesa. Amén.