Me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es Jehová

Estas palabras son las de un verdadero adorador, un hombre que reconoce que su vida depende enteramente del Señor. Él entiende que fuera de Dios no hay seguridad, ni esperanza, ni fuerza. En su corazón hay una certeza firme: solo el Señor es su salvación. Esa convicción no proviene de la emoción ni de la circunstancia, sino de una experiencia profunda con el Dios Todopoderoso que ha mostrado Su poder y fidelidad una y otra vez. En Él encuentra refugio, fortaleza y descanso. En Su nombre halla confianza y en Su presencia halla plenitud de gozo.

El hombre que ha sido transformado por la gracia divina no vive ya para sí, sino para Aquel que lo rescató. Su adoración no depende de lo que tiene o de lo que ve, sino de lo que sabe: que Dios es fiel, justo y verdadero. Es un hombre que se entrega en agradecimiento por la obra poderosa de Dios, sirviendo con alegría y deleite, porque ha visto Su mano extendida en el rescate. Él conoce lo que es estar perdido y ser hallado, estar en tinieblas y ver la luz. Por eso su confianza no está en los hombres, ni en su propia fuerza, sino en el Señor, su fortaleza y canción.

Agradezcamos cada día por la salvación que Dios nos ha dado. Él no solo nos salvó del pecado, sino que también nos sostiene, nos guarda y nos fortalece. En medio de las pruebas, cuando las fuerzas parecen agotarse, Su gracia nos renueva. No debemos temer lo que el enemigo pueda hacer, porque el Señor está con nosotros como un guerrero poderoso. Él pelea nuestras batallas y nos defiende con Su brazo fuerte. Por eso, en lugar de vivir con temor, levantemos nuestras voces en alabanza y proclamemos la grandeza del Dios que salva.

He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí.

Isaías 12:2

En este pasaje, el profeta Isaías expresa la confianza absoluta que el pueblo de Dios puede tener en su Señor. Él reconoce que la salvación no proviene del esfuerzo humano ni de los méritos propios, sino del poder de Dios. Esta declaración surge de un corazón agradecido que ha experimentado la redención. “Dios es salvación mía” no es solo una frase, sino una verdad profunda: Dios no solo otorga salvación, Él mismo es la salvación. Su presencia es vida, Su poder es fortaleza y Su amor es el fundamento de toda seguridad.

Isaías también nos habla del reinado del Mesías, de Aquel que habría de venir a establecer justicia sobre toda la tierra. Cristo, el Hijo de Dios, es ese cumplimiento perfecto. Él reina con poder y misericordia, y Su dominio no tiene fin. Bajo Su señorío, encontramos paz. En Su cruz, hallamos perdón. En Su resurrección, tenemos esperanza. Por eso, el profeta invita al pueblo a confiar, a no temer, a cantar al Dios que salva. Porque cuando Dios es nuestra fortaleza, ya nada puede derribarnos. Su poder nos sostiene y Su Espíritu nos consuela en medio de toda aflicción.

El creyente que comprende esta verdad vive en un estado constante de adoración. No solo canta cuando todo va bien, sino también cuando atraviesa el valle. En sus labios siempre hay gratitud, y en su corazón hay fe. Adorar en medio de las pruebas es una de las expresiones más puras de amor hacia Dios. Es decirle: “Aunque no entiendo lo que pasa, confío en Ti; aunque me falte todo, sé que Tú eres mi todo.” Esa adoración sincera tiene poder, porque nace de una relación viva con el Creador.

El Señor nos llama a vivir con esa actitud: adorando en todo tiempo, no solo cuando recibimos bendiciones visibles, sino también cuando estamos siendo moldeados por la prueba. Las dificultades que enfrentamos no son castigos, sino oportunidades para fortalecer nuestra fe y madurar espiritualmente. A través de ellas, aprendemos a depender más de Dios y menos de nosotros mismos. Por eso, aun en medio del dolor, podemos decir: “Dios es mi fortaleza”.

Querido lector, si estás pasando por momentos difíciles, recuerda las palabras del profeta: “No temeré, porque mi fortaleza y mi canción es Jehová.” El mismo Dios que sostuvo a Isaías, que acompañó a David en el valle y que fortaleció a Pablo en la cárcel, es el mismo que hoy te sostiene a ti. Él no ha cambiado. Su poder sigue siendo el mismo, y Su amor no tiene fin. Confía en Él, porque Su presencia es suficiente.

Adoremos al Señor con todo nuestro corazón. No permitamos que las preocupaciones apaguen nuestra alabanza. En los días buenos, agradezcamos; en los días difíciles, confiemos; y en todo momento, proclamemos que Dios es fiel. Que cada respiro nuestro sea una canción de gratitud al Dios que salva, fortalece y sostiene. Aun en medio de la tormenta, levantemos nuestras manos y digamos con fe: “Dios es mi salvación, mi fortaleza y mi canción.” Amén.

Humíllate ante el Señor y serás exaltado cuando fuere tiempo
El Señor está cerca