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No andarás chismeando entre tu pueblo

No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová

Somos hijos de Dios, y por lo tanto, debemos reflejar Su carácter en todo lo que hacemos. Caminar en santidad implica vivir conforme a Su Palabra, obedeciendo Sus mandamientos y mostrando con nuestras acciones que pertenecemos al Señor. El creyente verdadero no solo escucha la Palabra, sino que la practica, manteniendo un testimonio limpio delante de Dios y de los hombres. Por eso, debemos andar en orden, en amor, y en todo momento procurar la paz, evitando aquello que siembra división dentro del cuerpo de Cristo.

Uno de los males más destructivos dentro del pueblo de Dios es el chisme. Esta práctica, aunque parezca inofensiva a los ojos del mundo, causa heridas profundas en el corazón de la iglesia. Es una herramienta que el enemigo utiliza para sembrar discordia, romper amistades y debilitar la unidad del cuerpo de Cristo. Donde hay chisme, hay confusión; donde hay crítica sin amor, el Espíritu de Dios se entristece. Por eso, debemos cuidarnos de no convertirnos en instrumentos de división, sino en portadores de paz y edificación mutua.

El Señor, desde los primeros tiempos, estableció el orden en medio de Su pueblo. Dios sabía que el corazón humano tiende a murmurar, criticar y hablar mal del prójimo, por eso advirtió claramente al pueblo de Israel a través de Moisés:

No andarás chismeando entre tu pueblo. No atentarás contra la vida de tu prójimo. Yo Jehová.

Levítico 19:16

Estas palabras son firmes y directas. Dios no las dio como una simple sugerencia, sino como un mandato. El chisme no solo destruye reputaciones, sino que también puede atentar contra la vida espiritual, emocional e incluso física de las personas. Cuando alguien habla mal de otro, sin estar presente, está contribuyendo a esparcir el mal. El Señor le enseñó a Su pueblo a cuidarse mutuamente, a hablar con verdad, a corregir con amor y a no levantar falsos testimonios.

El propósito de esta advertencia era mantener la paz dentro de la comunidad de Israel. Dios quería que Su pueblo fuera diferente de las demás naciones, un pueblo santo y ordenado, donde reinara el respeto y el amor fraternal. El chisme es todo lo contrario a eso; es una manifestación de orgullo, de falta de dominio propio y de amor. Por eso, el Señor le recordó al pueblo: “Yo Jehová”, como una manera de reafirmar Su autoridad y dejar claro que Él observa todo lo que se dice y se hace, incluso las conversaciones en secreto.

Hermanos, el chisme no debe tener lugar en nuestras vidas. Si hemos sido redimidos por Cristo, debemos hablar lo que edifica, no lo que destruye. La Biblia dice que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36). Cada palabra que sale de nuestra boca tiene peso delante de Dios. Es mejor callar que ser causa de tropiezo para otro. Si alguien te trae un comentario sobre otra persona, no lo escuches ni lo repitas. Sé sabio y aconseja con amor a quien murmura, recordándole que eso no agrada al Señor.

El chisme apaga el fuego del amor fraternal y destruye la comunión. En cambio, cuando nos enfocamos en hablar cosas buenas, cuando usamos nuestras palabras para animar, consolar y fortalecer a los demás, el Espíritu Santo se mueve con libertad entre nosotros. La iglesia debe ser un refugio de verdad y de paz, no un lugar donde se promuevan divisiones o rumores. Recordemos que el enemigo busca dividirnos, pero Cristo nos llamó a ser uno solo en Él.

Querido hermano en Cristo, si alguna vez fuiste víctima de un chisme, ora por aquellos que hablaron mal de ti. Y si alguna vez participaste en uno, arrepiéntete y busca la reconciliación. El perdón sana las heridas y restaura lo que el chisme destruyó. La lengua tiene poder para dar vida o para causar muerte (Proverbios 18:21); usa la tuya para glorificar a Dios.

No apoyemos el chisme. Huyamos de él, como huimos del pecado. En lugar de murmurar, oremos; en lugar de criticar, bendigamos; en lugar de señalar, ayudemos. Nuestro Dios se agrada de los corazones sinceros, de los que buscan la unidad y la paz. Que nuestras palabras sean siempre sazonadas con gracia, guiadas por el amor y el respeto. Recordemos que somos hijos del Dios de verdad, y Él nos llama a vivir en la verdad. Amemos, edifiquemos y hablemos siempre con sabiduría, para que la paz de Cristo gobierne en nuestros corazones y en Su iglesia. Amén.

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