Creer y confiar en nuestro Dios es lo mejor que puede sucederle al ser humano. En Él se encuentra nuestra seguridad, nuestra fortaleza y nuestro refugio eterno. Todo aquel que deposita su fe en el Señor experimenta una paz que sobrepasa el entendimiento y una certeza inquebrantable de que su vida está en manos del Todopoderoso. La confianza en Dios no es una idea abstracta ni un sentimiento pasajero; es una convicción profunda que nos da acceso a la presencia divina y nos cubre con la protección del Altísimo. A través de la fe en Cristo Jesús, el creyente se convierte en participante de esta cobertura espiritual, disfrutando del gozo de estar seguro bajo el amparo de Aquel que nunca falla.
Desde tiempos antiguos, el Señor ha mostrado que aquellos que permanecen bajo Su sombra están seguros. En las Escrituras, vemos una y otra vez cómo Dios libra, protege y sostiene a los que confían en Él. En Cristo, nuestras vidas adquieren un valor eterno, y nuestra confianza se transforma en fortaleza. No debemos temer a lo que venga, porque cuando caminamos junto al Señor, estamos cubiertos por Su poder. El salmista declaró: “En paz me acostaré y asimismo dormiré, porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado.” Esa misma paz es la que recibimos cuando entregamos el control de nuestra vida a Cristo y descansamos en Su soberanía.
Como hijos de Dios, podemos proclamar con convicción: “En Cristo tengo seguridad.” No es una frase vacía, sino una declaración de fe. Él es nuestra roca firme, el ancla que sostiene nuestra esperanza y el refugio en medio de la tempestad. Cuando el corazón del creyente se aferra a esta verdad, no hay circunstancia que pueda derribarlo. Por eso, el apóstol Pablo exhorta a los cristianos a confiar plenamente en el Señor, a depositar su fe sin reservas, sabiendo que en Él encontramos todo lo necesario para nuestra salvación y paz.
Amigo que lees estas palabras, detente un momento y reflexiona: ¿en quién estás depositando tu confianza? ¿Dónde está puesta tu seguridad? Muchos ponen su esperanza en cosas pasajeras: en el dinero, en las influencias, en la fuerza o en el conocimiento. Pero la Biblia nos enseña que todo eso es inestable y puede desaparecer en cualquier momento. Solo Cristo es la roca inconmovible que permanece para siempre. Cuando tu fe está cimentada en Él, nada ni nadie podrá sacudirte. Aun cuando todo se derrumbe a tu alrededor, podrás permanecer firme, porque tu vida estará sostenida por el Dios que no cambia.
La verdadera seguridad no consiste en evitar los problemas, sino en tener la certeza de que Dios está contigo en medio de ellos. La fe no elimina las dificultades, pero te da la fortaleza para enfrentarlas con esperanza. Jesús dijo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” Esta promesa es la esencia de nuestra confianza: saber que el mismo Cristo que venció la muerte también está obrando a favor nuestro.
Querido lector, aprende a confiar plenamente en Dios. No pongas tus esperanzas en lo temporal, porque solo en Cristo encontrarás paz verdadera. Cuando depositas tu fe en Él, Su presencia te envuelve, Su Espíritu te guía y Su amor te sostiene. No hay mayor privilegio que vivir bajo la seguridad del Altísimo. Recuerda siempre estas palabras: “en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en Él.” Cree, confía y camina seguro, porque el Dios de tu salvación nunca te dejará. En Cristo Jesús, tu vida está protegida, tu alma está segura y tu futuro está en buenas manos.