«Apresúrate y ayúdame». Esta son las palabras que podemos pronunciar delante de nuestro Dios poderoso, cuando nos encontramos en dificultades y estamos pasando por momentos en los que ya las fuerzas se han agotado.
En nuestra vida cristiana, hay etapas en las que sentimos que no podemos más, que el peso de los problemas parece demasiado grande para cargarlo solos. Es en esos instantes cuando comprendemos que necesitamos la intervención inmediata de Dios. El clamor del creyente no es simplemente una petición, sino un grito desesperado que reconoce la dependencia total de nuestro Creador. El «apresúrate» no es una exigencia, sino una expresión de confianza en que nuestro Señor puede y quiere obrar con poder en medio de nuestras pruebas.
El «apresúrate» denota urgencia, un llamado de emergencia, pues como hijos de Dios gemimos delante del Señor dando a entender que estamos desesperados. Pero, ¿Sabes qué? Dios vendrá en tu socorro, Él no te ha abandonado, ni te abandonará. En los momentos de angustia, cuando todo parece perdido, la fe nos recuerda que el auxilio del Señor nunca llega tarde, sino en el momento exacto en que más lo necesitamos.
Estas palabras fueron dichas por un hombre totalmente desesperado, pero que a la vez confiaba en la grande misericordia de Dios, en que Dios vendría en su pronto auxilio. Es por eso que vemos estas palabras en el libro de salmos 38:22:
Apresúrate a ayudarme, Oh Señor, mi salvación.
Salmos 38:22
David, el autor de este salmo, conocía muy bien lo que era sentirse acorralado por enemigos, por pecados y por las consecuencias de sus propias decisiones. A pesar de sus faltas, siempre encontraba en Dios un refugio seguro. Y aunque en ocasiones tuvo que enfrentar las consecuencias de su desobediencia, jamás dejó de clamar al Señor porque sabía que en Él estaba su esperanza. Esto nos muestra que el perdón y la misericordia de Dios sobrepasan nuestros errores cuando nos volvemos a Él con un corazón sincero.
En esta oración David le estaba pidiendo a Dios que no lo desamparara, más bien porque sabía que la protección de Dios para él era muy importante. David tenía muchos enemigos, este era un gran peligro. Pero como dijimos anteriormente, ¿Sabes qué? La visita de Dios para David era muy segura. El salmista estaba convencido de que, aunque sus adversarios lo rodearan, el Señor sería su socorro y fortaleza. Esa certeza es la que también debemos tener nosotros cuando enfrentamos dificultades.
Hermanos, oremos a Dios ante cualquier problema que podamos tener, la justicia nuestra viene de Dios, nuestro socorro y fuerza vienen de Él. No dudemos de nuestra salvación, creamos así como este hombre que aunque cometía sus errores, clamaba al nombre de Dios para que no lo dejara solo. Él es Dios y tu salvación viene de Él. Alaba al Señor porque Él se está apresurando para ayudarte.
Cuando atravieses momentos de soledad, recuerda que no estás desamparado. El mismo Dios que levantó a David en medio de sus batallas es el mismo que hoy escucha tu voz. La urgencia de tu clamor no queda ignorada en el cielo; cada oración sincera es escuchada y atendida. Por eso no te canses de orar, aunque las fuerzas te falten, aunque las lágrimas no cesen, sigue clamando con fe: «Señor, apresúrate y ayúdame».
Aprendamos de este ejemplo a no depender de nuestra propia fuerza. Muchas veces intentamos resolver las cosas con nuestras manos, y terminamos agotados. Pero cuando nos rendimos a Dios, comprendemos que Su ayuda es más eficaz y poderosa que cualquier esfuerzo humano. Así como David reconocía su debilidad y pedía socorro, nosotros también debemos aprender a confiar plenamente en el Señor en lugar de en nuestras capacidades.
Querido lector, no olvides que la salvación, la fortaleza y el auxilio provienen únicamente de Dios. Él es nuestro escudo, nuestra roca y nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Tal vez hoy tu corazón clama con urgencia, quizá atraviesas pruebas familiares, económicas o de salud; no importa cuán grande sea la dificultad, el Señor está atento a tu oración. Por eso, levanta tu mirada al cielo, confía y repite con fe: «Apresúrate, oh Señor, mi salvación».
Conclusión: El clamor «Apresúrate y ayúdame» es más que una súplica desesperada; es una declaración de fe, un reconocimiento de que solo en Dios está nuestra salvación. Así como David experimentó el socorro del Señor, también nosotros podemos experimentar Su mano poderosa obrando en nuestras vidas. No olvidemos que, aunque las pruebas sean grandes, el amor y la misericordia de Dios son aún mayores. Confía en Él, porque Su ayuda llega siempre a tiempo.