Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis

Como cristianos y fieles servidores del Señor, debemos entender que debemos ser de buena ayuda a otros, porque si servimos y ayudamos, el Señor se agradará de esto.

Siempre hagamos el bien, nuestro Dios nos está viendo, cuando hacemos estas cosas, estamos cumpliendo como buenos hijos de Dios que somos, recordemos que nuestro Dios también es así, Él hace misericordia con nosotros.

Si vemos a alguien que presenta alguna necesidad o tiene algún tipo de problemas, oremos por esa persona y presentémosla delante del Señor, y si podemos aportar alguna ayuda de alimentos, medicina, etc, no dudemos en hacerlo porque estas cosas son bien vistas por nuestro Dios. Hagamos el bien como dice el siguiente versículo bíblico:

Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.

Hebreos 13:16

El autor de los hebreos nos habla muy claro de hacer el bien, nos dice que no nos olvidemos de la ayuda mutua, es importante que podamos convocar a nuestros hermanos a que participen en la buena y poderosa obra de nuestro Dios.

Así como nosotros pudimos tener alguna dificultad y fuimos socorridos por Dios, también hagamos bien a los demás, enseñemos que en verdad tenemos a Dios en nuestros corazones, porque este es el verdadero amor de Dios.

El verdadero amor ayuda a aquel que está necesitado, da al hambriento, da hospitalidad al enfermo, y cubre al que está desnudo, y estos son parte del deber de un cristiano que tiene a Dios en su corazón.

Cuando entendemos la importancia de la ayuda mutua, comprendemos que el evangelio no es solo teoría o palabras bonitas, sino que se manifiesta en acciones concretas. El mismo Jesús nos enseñó con su ejemplo a servir y a dar lo mejor por los demás. Recordemos cómo lavó los pies de sus discípulos, mostrando que el verdadero liderazgo está en la humildad y el servicio. De igual manera, cuando ayudamos a otros, estamos reflejando a Cristo en nuestras vidas.

Podemos pensar en muchos ejemplos prácticos para vivir este mandato: apoyar a un vecino con alimentos cuando pasa por dificultades, visitar a un enfermo que necesita compañía, escuchar a alguien que atraviesa un momento de soledad o incluso dedicar tiempo a aconsejar a un hermano en Cristo que se siente desanimado. No siempre se trata de dar dinero, sino de dar lo que tenemos: nuestro tiempo, nuestra palabra, nuestra oración y, sobre todo, nuestro amor sincero.

La Biblia también nos recuerda que lo que sembramos, eso cosecharemos. Si sembramos ayuda, misericordia y amor, Dios nos recompensará de maneras que muchas veces ni imaginamos. Por eso, cada acto de bondad cuenta, aunque a los ojos de los hombres parezca pequeño. Ante Dios, es un sacrificio de olor grato, una ofrenda que Él recibe con agrado.

Otro aspecto importante es enseñar a las nuevas generaciones el valor de hacer el bien. Si como padres y líderes mostramos con nuestro ejemplo la práctica de la solidaridad, los niños y jóvenes crecerán con un corazón sensible hacia las necesidades del prójimo. De esta manera, estaremos formando una sociedad más justa y más compasiva, reflejo del carácter de Cristo en la tierra.

Además, debemos recordar que la ayuda al prójimo no se limita solo a los hermanos en la fe. Jesús mismo enseñó en la parábola del buen samaritano que el prójimo puede ser cualquiera que necesite de nuestra mano extendida, sin importar nacionalidad, condición social o credo. El amor de Dios no tiene fronteras, y nosotros como hijos suyos debemos reflejar ese amor sin discriminación.

Por último, nunca olvidemos que Dios se agrada cuando nuestro corazón es generoso. Él no mira la cantidad de lo que damos, sino la intención con la que lo hacemos. A veces, un gesto sencillo como compartir un plato de comida, brindar un abrazo en medio del dolor o dedicar unos minutos a escuchar puede transformar una vida y abrir el camino para que esa persona conozca el amor de Cristo.

Conclusión: Como hijos de Dios estamos llamados a vivir en amor y ayuda mutua. La verdadera fe no se queda en palabras, sino que se manifiesta en acciones concretas que bendicen a otros. Si hacemos el bien sin esperar nada a cambio, el Señor se agradará de nosotros y veremos cómo Su gracia se multiplica en nuestras vidas. Que cada día recordemos Hebreos 13:16 y pongamos en práctica este llamado, porque de tales sacrificios se agrada Dios.

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