La misericordia del Señor nos alcanza cada día, Su misericordia es grande, de mañana nos acompaña y hace que nuestras vidas estén seguras en el Señor.
Debemos valorar una misericordia como esta, ya que es la misma bondad de Dios, el amor y Su gracia depositada en nuestras vidas, si hoy vivimos es por Su grande misericordia, por ella es que podemos respirar y llegar a ser lo que hoy somos, por Su propósito.
Cada mañana, Su grande misericordia nos sustenta, esta misericordia se renueva, demos gracias a Dios porque Su misericordia puede alcanzarnos cada día.
Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes.
Salmos 36:5
El salmo 35 comienza hablando de las acciones de los impíos, el cual, debido a sus hechos, provocan que la misericordia de Dios se aparte de ellos, por su rebeldía delante de Dios. Luego, a partir del versículo que vimos anteriormente comienza a hablar de las grandezas de la misericordia y la fidelidad de Dios.
La misericordia de Dios es bastante grande y preciosa, y quienes andan en obediencia a Su Palabra y fieles a Él, estos serán alcanzados por la misericordia de Dios. Es por eso que te invitamos a andar correctamente por el camino de la verdad, el camino que lleva a Dios.
Debemos entender que Dios toma en cuenta nuestras acciones, en este salmo David está mostrando el carácter justo de Dios. Seamos fieles y justos ante el Señor, pidámosle a Dios al igual que David, que Su amor pose sobre Sus siervos y pueda yo morar siempre en Su casa, que nos guíe en Sus caminos, que enderece nuestros pasos. Amén.
Hablar de la misericordia de Dios es hablar de un amor que no tiene comparación. Ningún ser humano puede alcanzar esa medida de misericordia, porque lo que viene de Dios es infinito, puro y verdadero. La misericordia del Señor no se limita a un solo momento de la vida, sino que se renueva cada día y se hace presente en cada circunstancia, ya sea en la alegría o en la dificultad. Es como un río que nunca se seca, que fluye constantemente para sostener a quienes confían en Él.
A lo largo de la Biblia encontramos múltiples ejemplos de esta misericordia. El pueblo de Israel, aun en medio de su rebeldía, fue objeto del amor y la compasión divina. Aunque fallaban una y otra vez, Dios les perdonaba, los levantaba y les daba nuevas oportunidades. Esto nos recuerda que también nosotros, en medio de nuestras debilidades y caídas, podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia porque Su misericordia sigue vigente.
El profeta Jeremías expresó una de las declaraciones más hermosas sobre esta verdad cuando dijo: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23). Estas palabras nos confirman que, aunque el ser humano sea inconstante, Dios permanece fiel y Su compasión nunca se agota.
Por eso, cada día que despertamos debemos reconocer que no lo hacemos por nuestra propia fuerza, sino por la gracia de Dios. Respirar, caminar, tener salud y poder llevar adelante nuestras tareas cotidianas es un reflejo de esa misericordia que actúa silenciosamente pero de manera poderosa en nuestra existencia. Al recordar esto, el corazón se llena de gratitud y de alabanza hacia Aquel que nos sostiene.
La misericordia divina también nos invita a actuar con compasión hacia los demás. Jesús mismo enseñó: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:36). De esta manera, la misericordia de Dios no solo nos alcanza, sino que nos transforma para que nosotros podamos reflejarla en nuestras relaciones, en nuestras palabras y en nuestras acciones diarias.
Cuando somos capaces de perdonar, de dar una mano al necesitado, de consolar al que sufre y de compartir con amor, estamos demostrando que la misericordia del Señor no se detuvo en nosotros, sino que fluyó hacia los demás. Este es uno de los más grandes propósitos de la gracia: que no se quede guardada, sino que sea multiplicada en todo lugar donde estemos.
En conclusión, la misericordia de Dios es un regalo eterno que debemos atesorar y vivir cada día. No se trata de un favor pasajero, sino de un pacto constante que nos recuerda que no estamos solos, que tenemos un Padre que nos ama y que siempre está dispuesto a perdonar, restaurar y guiar nuestro caminar. Reconozcamos, entonces, esa misericordia, y vivamos agradecidos, con corazones dispuestos a servir y a ser testigos vivos de Su bondad. Que nunca olvidemos que hasta los cielos llega Su misericordia y que Su fidelidad permanece por siempre. Amén.