Los buenos consejos que llegan a nuestros oídos son una muestra del amor y la dirección de Dios hacia nuestras vidas. Debemos aprender a valorarlos y a prestarles la debida atención, porque cada palabra de sabiduría puede ser una herramienta que nos ayude a mantenernos firmes en los caminos del Señor. No todos los consejos edifican, pero aquellos que provienen de un corazón guiado por Dios son tesoros invaluables que pueden evitar caídas y traer bendición. Cuando escuchamos con humildad la voz de los sabios, aprendemos a caminar con prudencia y a evitar errores que podrían costarnos caro.
Las palabras justas y llenas de amor edifican el alma y fortalecen el corazón. Los consejos dados con rectitud nos ayudan a crecer espiritualmente y a soportar los desafíos de la vida. En muchas ocasiones, un consejo oportuno ha evitado que alguien se aleje del propósito de Dios. Por eso, debemos cultivar un espíritu enseñable, dispuesto a oír antes que hablar, porque quien aprende a escuchar con humildad demuestra sabiduría y madurez. El sabio sabe que incluso en la corrección hay amor, porque el propósito del consejo justo no es humillar, sino guiar hacia la verdad y el bien.
La reprensión, aunque a veces pueda doler, es una herramienta de Dios para hacernos mejores. Cuando aceptamos la corrección con un corazón dispuesto, caminamos más rectos y alcanzamos las metas que el Señor ha puesto delante de nosotros. Ignorar la corrección, en cambio, nos lleva a la necedad y al tropiezo. La Biblia nos enseña que “el que aborrece la reprensión es necio”, porque rechazar el consejo sabio es cerrar la puerta a la bendición. Dios usa a personas piadosas para hablarnos, para advertirnos y ayudarnos a volver al camino cuando nos desviamos. Por eso, debemos discernir Su voz aun cuando venga por medio de otros.
El hombre justo, cuando atraviesa dificultades o tropiezos, aprende a valorar más la sabiduría. Las pruebas y los errores se convierten en lecciones que fortalecen su carácter. El sabio se hace sabio porque aprende de la corrección, de la experiencia y del consejo. No desprecia la instrucción, sino que la busca con humildad. Por eso el predicador nos exhorta a no escuchar la melodía del necio, porque sus palabras son como una distracción que nos aparta del propósito divino. El necio se complace en lo superficial, en lo vano, en lo que no edifica; en cambio, el sabio busca lo eterno, lo que agrada a Dios.
El hombre necio, con sus palabras vacías, siembra desánimo y duda. Su boca se llena de pensamientos negativos, de quejas, de burlas y de cosas que no edifican. Escuchar su voz es exponerse a una influencia dañina que puede corromper el corazón. En cambio, aquel que guarda silencio ante los necios y presta atención a la voz de Dios encuentra paz y dirección. Las melodías del necio pueden ser atractivas, pero su final es ruina. Las palabras del sabio pueden doler por un momento, pero su fruto es eterno.
Por eso, hermanos, busquemos siempre la sabiduría que viene de lo alto, esa que es pura, amable y llena de misericordia. Escuchemos los consejos de aquellos que viven conforme a la Palabra de Dios y que buscan nuestro bien espiritual. No seamos tercos ni orgullosos, sino humildes para recibir corrección. El que oye el consejo del sabio y obedece, camina seguro y no tropieza fácilmente. Recuerda que la reprensión del sabio es una muestra de amor, y que a través de ella Dios mismo nos moldea para parecernos más a Cristo.
Si hoy el Señor te está hablando por medio de una corrección o de un consejo, no endurezcas tu corazón. Escucha con atención y pídele a Dios discernimiento para entender Su propósito. No prestes tus oídos a la canción de los necios ni a las voces que te apartan del bien. Permite que la voz del Espíritu Santo guíe tus pasos y te enseñe el camino correcto. Solo así podrás crecer, prosperar espiritualmente y cumplir el propósito que Dios ha preparado para ti. Escucha, aprende y camina en sabiduría, porque en los consejos del justo está la vida. Amén.