Nuestra esperanza no está puesta en las circunstancias, ni en lo que nuestros ojos pueden ver, sino en Aquel que venció al mundo: Jesús. Tenerlo en el corazón es la fuente más profunda de consuelo y fortaleza. Por eso, debemos mantener una confianza plena en nuestro Señor, sin importar cuán grande sea el problema o cuán oscuro parezca el camino. Él nunca abandona a los que confían en Su nombre. La fe es la mano que se extiende hacia Dios aun cuando todo parece imposible. Recordemos que quien tiene a Cristo, tiene esperanza, porque Su presencia nos asegura que ninguna situación es definitiva cuando Él está a nuestro lado.
En los días de Jesús, multitudes se reunían para verle, tocarle o escucharle. Algunos lo hacían movidos por curiosidad, otros por incredulidad, pero muchos se acercaban con corazones quebrantados, buscando consuelo, sanidad y dirección. Cada vez que el Maestro pasaba por una ciudad, algo extraordinario ocurría. Las vidas eran transformadas, los enfermos sanaban, los marginados eran restaurados y los pecadores encontraban perdón. La historia del evangelio nos muestra que quienes acudían a Él con fe jamás salían igual, porque Su compasión y poder obraban milagros en aquellos que le buscaban sinceramente.
Uno de esos momentos inolvidables es el encuentro de Jesús con el ciego Bartimeo, narrado en el evangelio de Marcos:
Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama.
Marcos 10:49
Bartimeo era un hombre que vivía marginado, sin esperanza aparente. Su ceguera física simboliza la condición espiritual del ser humano sin Cristo: incapaz de ver la luz del Salvador. Sin embargo, cuando escuchó que Jesús pasaba por allí, algo despertó en su interior. Con fe ardiente comenzó a clamar: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Aunque muchos le reprendieron y quisieron hacerlo callar, su fe fue más fuerte que las voces que lo rodeaban. No permitió que la multitud lo detuviera, porque sabía que esa podía ser su única oportunidad. Y así fue: Jesús se detuvo. El Maestro, que escuchaba miles de voces, distinguió la voz de un corazón que creía de verdad.
El llamado de Jesús hacia Bartimeo es uno de los gestos más hermosos de los evangelios. “Ten confianza; levántate, te llama.” Esas palabras siguen teniendo poder hoy. El Señor sigue llamando a los que claman por Él en medio del dolor, de la enfermedad o del pecado. No importa cuántas veces hayas sido ignorado por el mundo; Jesús siempre se detiene cuando escucha una oración sincera. Él no es indiferente al clamor de Sus hijos. Cuando nos acercamos con humildad, el Señor responde, extiende Su mano y transforma nuestras circunstancias.
El mensaje de esta historia va más allá de una sanidad física; es una lección sobre la fe y la perseverancia. Bartimeo no esperó condiciones favorables para buscar a Jesús. No esperó que todo a su alrededor cambiara. En medio de su oscuridad, clamó con insistencia, y ese clamor movió el corazón del Señor. Así debemos hacer nosotros. No dejemos que las voces del desaliento, el miedo o la incredulidad nos silencien. Cuando el enemigo susurre que no vale la pena orar, recordemos que Jesús aún pasa por nuestro camino, y cuando clamamos con fe, Él se detiene para escucharnos.
En la vida cristiana, habrá momentos en que nos sintamos como Bartimeo: ciegos, ignorados o rodeados de obstáculos. Pero es precisamente en esos momentos cuando debemos levantar la voz del alma y decir: “Señor, ten misericordia de mí.” Jesús sigue llamándonos, sigue invitándonos a confiar, a levantarnos y a acercarnos a Él. Cuando lo hacemos, Su poder nos restaura. Así como Bartimeo recobró la vista y siguió a Jesús por el camino, nosotros también podemos experimentar una nueva visión espiritual cuando respondemos al llamado de Cristo.
Hoy, este pasaje nos recuerda que la fe nunca pasa desapercibida ante Dios. Él escucha al que clama con sinceridad. No importa cuán lejos creas estar, o cuántas veces hayas fallado, el Señor te llama por tu nombre y te dice: “Ten confianza; levántate, te llamo.” Atrévete a creer, porque Jesús no solo puede abrir tus ojos, sino también renovar tu corazón. Pon tus cargas a Sus pies, confía en Su poder y deja que Su voz te guíe hacia la esperanza. Él no falla. Así como cambió la vida de Bartimeo, también cambiará la tuya. Amén.