Sí nos distraemos en el Camino, pues no llegaremos a donde el Señor quiere que lleguemos, es por eso que debemos tener mucho cuidado para donde nos están llevando nuestros pies. Debemos tener precaución para que nada nos desenfoque de los caminos del Señor.
En la vida cristiana existen muchos factores que pueden apartarnos de la senda correcta: las distracciones del mundo, los problemas, las tentaciones y aún las preocupaciones cotidianas. Por eso es importante recordar que cada paso que damos tiene una dirección, y si nuestros pasos no se alinean con la voluntad de Dios, corremos el riesgo de desviarnos del propósito eterno que Él tiene para nosotros.
Debemos mantener nuestra mirada hacia adelante, mirando solo a nuestro Dios, no miremos a la izquierda ni a la derecha, en un sentido, si esto nos puede hacer desviar, entonces no volteemos, más bien sigamos mirando al Dios soberano, ya que mirando al Señor lograremos poder llegar a la meta.
Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.
Podemos ver a Jesús diciendo que «Nada te desenfoque», no mires hacia atrás, sigue el camino, y para llegar al reino de Dios estas son las condiciones, solo mirarle a Él. Esto nos muestra que la vida cristiana no se trata de caminar a medias, sino de un compromiso firme y constante. No podemos avanzar si vivimos con un pie en el pasado y otro en el presente, necesitamos determinación y obediencia total.
Muchos personajes bíblicos son ejemplo de lo que significa permanecer enfocados. Pensemos en Lot y su familia, cuando fueron sacados de Sodoma y Gomorra. El mandato fue claro: “no mires atrás”. Sin embargo, la mujer de Lot desobedeció y quedó convertida en estatua de sal. Esto nos recuerda lo peligroso que es volver la mirada a lo que Dios ya nos dijo que dejemos atrás.
No te desvíes a la derecha ni a la izquierda;
Aparta tu pie del mal.
Proverbios 4:27
Para no desviarnos, debemos ser sabios en el Señor, acatar las leyes de Dios y ser fieles a ellas, no mirando hacia atrás, ni poniendo nuestra confianza en personas que solo buscan sacarte del camino del Señor. El mundo muchas veces nos ofrece caminos más fáciles, atajos o supuestas soluciones rápidas, pero estos senderos nos pueden llevar a la perdición. Solo la Palabra de Dios nos da una ruta segura.
Esta es una enseñanza que podemos notar desde el principio de este libro de proverbios, es como cualquier padre que quiere a su hijo, esto también el Señor nos advierte. Si somos obedientes no nos desviaremos de los caminos perfecto del Señor. Cuando atendemos a Su voz, estamos asegurando nuestra vida espiritual y garantizando que nuestra meta final será la salvación en Cristo.
Además, debemos entender que la perseverancia no es opcional, sino esencial. El apóstol Pablo lo expresó con claridad: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Esto implica que nuestra mirada debe estar siempre en el objetivo final, que es la eternidad con nuestro Señor, sin importar las dificultades o pruebas que se crucen en el camino.
En la vida diaria podemos aplicar esto de maneras muy prácticas: ser disciplinados en la oración, en la lectura de la Palabra, en congregarnos y en servir al prójimo. Cada una de estas acciones nos mantiene enfocados y firmes en la fe, evitando que el enemigo encuentre espacio para sembrar dudas, orgullo o desánimo.
Querido lector, recuerda que Dios quiere que lleguemos a la meta. Él nos ha dado Su Espíritu Santo como guía y fortaleza para no desviarnos. Si en algún momento sientes que te has distraído, vuelve a enfocar tu mirada en Cristo, porque Él es fiel para levantarte y enderezar tu camino.
Conclusión: No permitamos que nada ni nadie nos haga apartar la vista de Jesús. Sigamos firmes, sin mirar atrás ni a los lados, confiando en que Dios dirige nuestros pasos. El camino puede parecer difícil, pero el final es glorioso: la vida eterna en la presencia de nuestro Padre celestial. Mantén tu mirada en Él y alcanzarás la victoria.