Hemos pasado de muerte a vida

El amor de Dios y el sacrificio de Su Hijo nos hizo libres, Su amor cubrió todas nuestras faltas y nuestros pecados fueron perdonados.

Hablar del amor de Dios es hablar del tema más importante de la vida cristiana. Este amor es tan grande que no podemos medirlo, tan profundo que no podemos comprenderlo en su totalidad, y tan eterno que nunca dejará de existir. El sacrificio de Cristo en la cruz fue la manifestación más clara y poderosa de ese amor, pues Él entregó Su vida para que nosotros fuésemos libres de la esclavitud del pecado. Ese acto nos recuerda que no hay límite para el amor de Dios, y que por medio de Jesús hemos recibido la salvación y una nueva oportunidad de vida.

Hemos pasado de muerte a vida gracias a Su gran misericordia, porque por medio de este gran sacrificio que hizo por nosotros al venir y entregarse para que así conociéramos el tremendo amor que habita en Él. Recibimos gracia y paz cuando acudimos a Él. No se trata de un simple cambio exterior, sino de una transformación espiritual que impacta todo nuestro ser. Antes vivíamos en tinieblas, pero ahora caminamos en la luz de Cristo, con esperanza y con fe en Sus promesas.

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte.

1 Juan 3:14

En el versículo anterior podemos ver que el autor menciona el gran amor de Dios, hablando de aquellas promesas, somos hijos de Dios y confiamos en Él, en que un día le veremos, y esta esperanza es la que nos hace permanecer en Sus caminos. El amor no se queda en palabras, sino que se traduce en hechos concretos: amar a los hermanos, ayudar al necesitado, perdonar al que nos ofende y ser ejemplo de bondad en un mundo lleno de maldad.

Nos sigue hablando sobre esta nueva vida que hoy podemos apreciar y lo que pronto se estará manifestando, y cómo este hecho cambiará todo. El cristiano verdadero no vive para sí mismo, sino que reconoce que su vida ha sido comprada por la sangre de Cristo y, por lo tanto, debe caminar en obediencia. La fe nos sostiene, pero el amor nos impulsa a obrar de acuerdo con esa fe, recordando siempre que el que no ama a su hermano todavía permanece en muerte espiritual.

En la Palabra de Dios, que es la Palabra de verdad, encontraremos enseñanzas para llegar al Padre, aprenderemos a amar a nuestros hermanos, y estas enseñanzas son las que nos hacen vivir espiritualmente. Cada mandamiento y cada consejo bíblico tienen como objetivo llevarnos a una vida plena en Cristo. Por eso, no debemos descuidar la lectura diaria de las Escrituras, ya que ellas son la lámpara que ilumina nuestro camino y la guía que nos conduce hacia la eternidad con Dios.

Todo aquel que no está bajo esta cobertura de la Palabra de Dios, está muerto espiritualmente, no ha pasado de muerte a vida, pero si tu vida está yendo por los caminos rectos del Señor, entonces podrás alcanzar a ser hijo de Dios y tu vida será diferente. No se trata de religión, sino de relación con el Padre a través de Jesucristo. Esa relación íntima nos transforma, nos llena de paz y nos da fuerzas para enfrentar cada batalla diaria.

Además, debemos recordar que el amor de Dios no se queda solo en lo individual, sino que se manifiesta en comunidad. Cuando la iglesia vive en amor, el mundo puede ver a Cristo reflejado en nuestras acciones. Un corazón que ama a Dios inevitablemente mostrará amor hacia los demás, incluso hacia aquellos que no nos tratan bien. Este es el mayor testimonio que podemos dar: un amor sincero, paciente y lleno de misericordia.

Podemos concluir con esto muy importante: Amemos a nuestros hermanos en Cristo, este es el mensaje que hemos escuchado. El amor es el sello que distingue a los hijos de Dios, la prueba de que hemos pasado de muerte a vida. Si vivimos en amor, vivimos en Dios, y si permanecemos en Dios, entonces nuestra vida será abundante y plena. Que cada día recordemos que el sacrificio de Cristo no fue en vano, sino para que aprendamos a amar como Él nos amó y a reflejar ese amor en todo lo que hagamos.

Reflexión final: La invitación es clara: vivamos amando. No permitamos que el odio, el rencor o la indiferencia apaguen el amor de Dios en nosotros. Que el mundo pueda ver en cada cristiano un reflejo del sacrificio de Cristo y un testimonio vivo de que Su amor es más fuerte que la muerte.

Aparta tu pie del mal
Alégrate con la mujer de tu juventud