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Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu

Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios

Debemos cuidarnos de los placeres mundanos y del pecado, y esto lo logramos buscando al Señor y andando en Sus caminos, obedeciendo y respetando Su palabra.

Gracias a la Biblia podemos obtener la sabiduría que viene de Dios, y gracias a esta sabiduría podemos llegar a ser mejores hijos de Dios, limpios de toda contaminación. Debemos permanecer fieles, puros, sin mancha delante de Dios, no dejemos que nuestro espíritu se contamine.

La Biblia nos insta a estar puros y sin mancha, libres de toda contaminación para ser levantados en aquel día cuando el Señor venga por su iglesia.

Como hijos de Dios debemos ser obedientes para ser mejores personas en los caminos de Dios, tomemos este consejo que nos da el apóstol Pablo:

Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.

2 Corintios 7:1

Servimos a Cristo para un día poder ser levantados por Él, cuando venga a buscar a Su iglesia y, ¿qué debemos hacer nosotros para podamos irnos con Él? Estar libres de toda contaminación, tanto de carne como de espíritu, como nos acaba de mostrar el versículo anterior.

Así que, si queremos estar cerca de nuestro Dios, debemos apartarnos de todo lo que pueda contaminar nuestro espíritu y nuestra carne. Oremos a Dios pidiendo que nos dé fuerza y sabiduría para poder estar apartados de todo lo malo y reunirnos con Él por toda la eternidad.

El mundo en el que vivimos ofrece muchas tentaciones y distracciones que buscan alejarnos de Dios. Las modas, los excesos, las ambiciones desmedidas y los deseos egoístas son trampas que, aunque parecen placenteras, en realidad contaminan nuestro corazón. Es por eso que la Palabra nos llama a estar atentos y a discernir qué cosas nos acercan a Cristo y cuáles nos alejan de Su presencia.

Jesús mismo nos enseñó que el camino de la salvación es estrecho y pocos son los que lo encuentran. Esto nos recuerda que no todo lo que el mundo ofrece es beneficioso para nuestra vida espiritual. Como creyentes, debemos aprender a decir “no” a lo que daña nuestra alma, aunque eso implique renunciar a ciertos hábitos o amistades que no edifican.

El apóstol Pedro también exhorta en sus cartas a vivir en santidad, como Dios es santo, evitando todo aquello que pueda manchar nuestro testimonio. La santidad no es simplemente una apariencia externa, sino un estilo de vida donde nuestras palabras, pensamientos y acciones reflejan a Cristo. Cuando guardamos nuestro corazón limpio, podemos ser luz en medio de la oscuridad y ejemplo para otros que todavía buscan el camino.

Recordemos además que la lucha contra el pecado no se libra con nuestras propias fuerzas, sino con la ayuda del Espíritu Santo. Es Dios quien nos fortalece cada día para vencer la tentación. Por eso es importante mantener una vida de oración constante, leer la Palabra y congregarnos con otros hermanos en la fe que nos animen a seguir firmes en el Señor.

También debemos considerar que la pureza de corazón no solo se refiere a lo que hacemos, sino también a lo que pensamos y deseamos. Jesús dijo en el sermón del monte: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Esto significa que la santidad comienza en lo más profundo de nuestro ser, en la intención de nuestro corazón.

Querido lector, la promesa de Dios es clara: si nos mantenemos firmes en la fe, guardando la pureza y alejándonos de todo lo que contamina, Él nos recibirá como hijos amados. Por eso, perseveremos cada día, aunque la batalla espiritual sea difícil, porque nuestra recompensa es eterna. Mantengamos la mirada puesta en Cristo, el autor y consumador de nuestra fe, quien nos dará la victoria.

Reflexión final: No olvidemos que este mundo es pasajero, pero la vida eterna con Cristo es para siempre. Apartémonos de lo que contamina y vivamos una vida de santidad, porque al final, lo único que realmente importa es estar preparados para ese glorioso día en que el Señor venga por nosotros. Seamos fieles, seamos santos y caminemos siempre de la mano de nuestro Salvador.

Firmes en la fe
La justicia de Dios permanece para siempre
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