Gracias a la muerte de nuestro amado Jesús fuimos reconciliados con nuestro Dios. Imagínate, Él siendo rey fue llevado a la cruz hacer crucificado para salvar nuestras vidas.
Seamos entendidos en este camino, sabios en la presencia del Señor, y valoremos este enrome sacrificio que hizo el Padre de enviar a Su hijo a morir por nosotros.
Demos gracias por Su enorme misericordia, pues Él vino y nos salvó del pecado y de la muerte aún sin nosotros merecerlo.
Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
Romanos 5:10
Desde la creación la humanidad se ha visto sumida en el pecado, a tal punto que el versículo anterior nos considere enemigos de Dios, pero aquí viene lo más interesante, y es que aún en esa condición de enemigos de Dios, Jesús hizo el trabajo de reconciliarnos con Él.
Y ya que estamos reconciliados con Dios mediante la muerte de Su Hijo, ahora seremos salvos por Su vida, y de esta manera estaremos seguros y libres de la ira venidera de Dios, demos gracias a Dios porque fuimos justificados, y recibiremos nuestro galardón aquel gran día.
Es fundamental entender que esta reconciliación no fue un hecho simple ni simbólico, sino un acto de amor eterno y perfecto. La Biblia nos recuerda en Juan 3:16 que Dios amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Esto nos enseña que el sacrificio de Jesús es el centro del evangelio y la puerta de entrada a la salvación.
Antes de Cristo vivíamos separados de Dios, sin esperanza y sin acceso a la gracia. Sin embargo, la cruz se convirtió en el puente que nos une nuevamente con nuestro Creador. Cada gota de sangre derramada fue el precio de nuestra redención, un pago completo y suficiente que ningún ser humano podía realizar por sí mismo.
La reconciliación con Dios nos da un nuevo estatus espiritual: ya no somos extranjeros ni enemigos, ahora somos llamados hijos de Dios, coherederos con Cristo y partícipes de Su gloria. Esta nueva identidad trae consigo responsabilidad, porque debemos caminar como personas que han sido rescatadas, honrando a Aquel que nos libró de la condenación.
Reflexionemos también en lo que implica ser salvos por Su vida. Jesús no solo murió por nosotros, también resucitó, y en Su resurrección tenemos la victoria sobre la muerte. Su vida es garantía de nuestra vida eterna. Cada día que respiramos es una oportunidad para testificar de ese poder transformador y compartirlo con otros que aún no conocen este regalo inmerecido.
Cuando meditamos en la cruz, comprendemos que no se trata de un hecho lejano en la historia, sino de una verdad viva y actual que sigue tocando corazones en todo el mundo. Este sacrificio nos llama a vivir en gratitud constante, a mantenernos firmes en la fe y a proclamar que Jesús es el único camino, la verdad y la vida.
Amados hermanos, el sacrificio de Cristo nos muestra el valor que tenemos para Dios. No fuimos comprados con oro ni plata, sino con la sangre preciosa de Jesús, como lo dice 1 Pedro 1:18-19. Por lo tanto, debemos honrar esta reconciliación con una vida dedicada a Su servicio, buscando siempre agradarle en pensamientos, palabras y acciones.
Conclusión: La muerte y resurrección de Jesús representan el mayor acto de amor y reconciliación que la humanidad haya conocido. A través de Su entrega tenemos acceso a la gracia, a la vida eterna y a la paz con Dios. Que nunca olvidemos este regalo, y que cada día de nuestra vida lo vivamos con gratitud, obediencia y esperanza, sabiendo que pronto estaremos con Él en gloria. Vivamos reconciliados, no solo de palabra, sino en hechos que glorifiquen Su nombre.