Debemos tener muy en claro que andar correctamente delante del Señor es lo mejor que podemos hacer. La obediencia a Dios no solo nos libra del mal, sino que nos conduce por caminos de vida y bendición. Cuando decidimos actuar conforme a nuestros propios deseos, nos alejamos de la voluntad divina y terminamos enfrentando consecuencias dolorosas. Dios, en Su amor y misericordia, nos advierte una y otra vez que nos apartemos del pecado y vivamos de manera justa. No se trata de perfección humana, sino de un corazón humilde que busca agradar a Dios en todo momento.
El verdadero arrepentimiento es mucho más que decir “lo siento”. Es un cambio genuino de mente y de dirección. Es volvernos de nuestros malos caminos para caminar en obediencia al Señor. Muchas veces queremos que Dios bendiga nuestras vidas, pero seguimos actuando conforme a nuestros deseos carnales. Sin embargo, el arrepentimiento nos limpia, nos restaura y nos reconcilia con Dios. Cuando dejamos atrás la vieja manera de vivir, abrimos la puerta para que el Espíritu Santo nos transforme desde adentro. No podemos caminar en la luz mientras sigamos abrazando las tinieblas. Por eso, el llamado de Dios es claro: debemos arrepentirnos sinceramente y buscar Su rostro cada día.
Jesús mismo habló de la urgencia del arrepentimiento. En el Evangelio de Lucas, utilizó dos tragedias de Su tiempo para ilustrar una verdad espiritual profunda. Las personas que lo escuchaban creían que aquellos que habían sufrido desastres lo merecían más que los demás. Pero Jesús les hizo ver que todos, sin excepción, necesitan arrepentirse. Ninguno está libre de pecado ni exento del juicio si no se vuelve al Señor con un corazón contrito y humillado.
Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.
Lucas 13:5
Con estas palabras, Jesús les recordó que la tragedia más grande no es la muerte física, sino la condenación espiritual de quienes viven alejados de Dios. Les estaba diciendo que no basta con señalar los pecados de otros; es necesario examinar nuestro propio corazón. La torre que cayó en Siloé y mató a varias personas fue una advertencia visible de que la vida es frágil y que el tiempo para arrepentirse es hoy. Nadie sabe cuándo llegará su hora, por eso debemos vivir siempre preparados, en comunión con Dios y alejados del mal.
El mensaje de Jesús sigue siendo actual. Hoy, muchos viven como si tuvieran todo el tiempo del mundo, ignorando la voz del Señor que llama al arrepentimiento. Pero el Señor, en Su paciencia, sigue extendiendo Su mano, esperando que los hombres y mujeres se vuelvan a Él antes de que sea demasiado tarde. No podemos seguir posponiendo el cambio. Cada día que vivimos fuera de Su voluntad es un día perdido. El arrepentimiento sincero abre las puertas de la gracia y nos permite experimentar el perdón y la restauración que solo Cristo puede dar.
Hermanos, tomemos en serio este llamado. No endurezcamos nuestros corazones ni ignoremos la voz de Dios. Si el Espíritu Santo nos muestra algo que debemos cambiar, hagámoslo de inmediato. No esperemos a que llegue una crisis o una prueba para volvernos al Señor. Él nos está dando tiempo para corregir nuestro camino, para reconciliarnos con Él y vivir conforme a Su Palabra. Recordemos que la misericordia de Dios está disponible hoy, pero llegará el momento en que el juicio será inevitable para quienes no se arrepientan.
Por eso, vivamos en arrepentimiento continuo. No permitamos que el orgullo o la rutina nos alejen de la presencia del Señor. Cada día es una oportunidad para examinarnos, confesar nuestras faltas y buscar la santidad. El arrepentimiento nos libra de la muerte espiritual y nos conduce a la vida eterna. Jesús nos está llamando con amor, no para condenarnos, sino para salvarnos. Aceptemos Su llamado con humildad y caminemos rectamente delante de Dios, porque solo los que se arrepienten y obedecen vivirán bajo Su gracia y Su favor. Amén.