La justicia divina de Dios actúa siempre conforme a Su perfecta voluntad y no de acuerdo a los deseos o sentimientos de los hombres. Dios es justo y recto, y Su justicia no se deja influir por la venganza ni por las emociones humanas. Por eso, el creyente debe aprender a confiar en que el Señor juzgará con equidad en Su tiempo. Nosotros no debemos pagar mal por mal, ni responder al agravio con otro agravio. El Señor Jesús nos enseñó a bendecir a los que nos maldicen, a orar por los que nos persiguen y a amar incluso a nuestros enemigos. Hacer esto no es fácil, pero es el camino que conduce a la verdadera victoria espiritual. Cuando respondemos al mal con el bien, estamos reflejando el carácter mismo de Dios, quien hace salir el sol sobre justos e injustos.
Ser firmes en la fe implica mantener nuestra actitud recta aun cuando el mundo nos trate con injusticia. No podemos permitir que el comportamiento de los demás cambie lo que somos en Cristo. Si somos hijos de Dios, debemos actuar como tales, mostrando bondad, paciencia y amor en todo momento. Hacer lo bueno, incluso cuando otros nos hieren, es una señal de madurez espiritual. La Biblia nos recuerda que el bien siempre vence al mal, y que las acciones guiadas por el Espíritu Santo tienen poder para transformar situaciones y corazones. Si alguien te ofende, respóndele con palabras de bendición, porque esa es la manera en que la luz de Cristo brilla a través de ti.
Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos.
1 Tesalonicenses 5:15
En esta exhortación del apóstol Pablo, encontramos una de las enseñanzas más profundas y contraculturales del Evangelio. El mundo enseña a devolver golpe por golpe, a no dejarse vencer, a tomar venganza, pero el cristiano está llamado a un camino diferente: el del amor, la paciencia y la paz. Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, pide a los creyentes que no caigan en el ciclo del odio, sino que respondan al mal con el bien. Este consejo no es una señal de debilidad, sino de fortaleza espiritual. Solo un corazón lleno del amor de Dios puede resistir el impulso de la venganza y actuar con misericordia.
El mundo actual es un reflejo de esta lucha constante entre la luz y la oscuridad. Vivimos en tiempos donde la ira, el rencor y la violencia parecen dominar las relaciones humanas. Sin embargo, el creyente debe ser la diferencia, un instrumento de paz en medio del caos. Cuando elegimos perdonar en lugar de vengarnos, cuando decidimos responder con bondad a quien nos hace daño, estamos sembrando justicia y paz. Puede que no veamos resultados inmediatos, pero la Biblia nos asegura que “a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. Dios honra al que actúa con rectitud, y Él mismo se encarga de hacer justicia a su debido tiempo.
Muchas veces la carne nos impulsa a reaccionar con enojo, a buscar una respuesta rápida, pero debemos recordar que “la venganza es del Señor”. Si tratamos de tomar el lugar de Dios y hacer justicia por nuestra cuenta, corremos el riesgo de actuar movidos por el orgullo y no por la verdad. La justicia divina es perfecta; la humana, limitada. Por eso debemos dejar todo en las manos de nuestro Creador, sabiendo que Él ve lo que nosotros no vemos y actúa con sabiduría infinita. Si alguien te ha hecho mal, no respondas con el mismo espíritu, porque al hacerlo estarías descendiendo al mismo nivel del ofensor. Al contrario, ora por esa persona y deja que sea Dios quien obre en su corazón.
El consejo final del apóstol sigue siendo válido hoy: “Seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos”. No solo debemos ser buenos con quienes nos tratan bien, sino también con los que nos causan dolor. Esa es la verdadera prueba del amor cristiano. Recordemos que un día todos compareceremos ante el justo Juez, y cada uno recibirá conforme a sus obras. Por eso, no permitamos que el resentimiento o la amargura gobiernen nuestro corazón. Haz el bien, aunque nadie lo reconozca; bendice, aunque no te correspondan; ama, aunque no seas amado. Tu recompensa no vendrá de los hombres, sino del Dios poderoso que todo lo ve. En Su tiempo, Él te vindicará y te recompensará abundantemente. Amén.