Por lo cual, hermanos, estas son las cosas a las cuales debemos aferrarnos cada día: la fe, la justicia y la esperanza en nuestro Señor. Todos los que hemos decidido caminar en los caminos del Altísimo debemos recordar que no vivimos según la vista, sino según la fe. Aquellos que son justos, que se mantienen firmes en medio de las pruebas, serán los que verdaderamente experimenten la vida plena que Dios promete a Sus hijos. La justicia de Dios no es una carga, sino un regalo, y la fe es el medio por el cual recibimos ese regalo y lo vivimos con gratitud.
Nuestras fuerzas no provienen de nosotros mismos, sino de Dios. Él es quien nos da el valor, la paciencia y la perseverancia que necesitamos para enfrentar cada día. Sin Su fortaleza, no podríamos sostenernos ni un solo instante. Por eso es tan importante que en nuestras oraciones diarias agradezcamos al Señor por Su fidelidad y Su misericordia. Cada mañana que despertamos, cada paso que damos, es una prueba de Su amor y de Su poder sustentador. Si hoy estás en pie, si sigues creyendo, es porque Dios te ha sostenido con Su mano poderosa. La fe que tienes no nace de ti, sino que es un don divino, un tesoro que el Señor ha depositado en tu corazón para que puedas vivir conforme a Su voluntad.
Muchos no reconocen que sin justicia no puede haber verdadera fe. No se puede vivir por la fe si no se vive en obediencia a la Palabra de Dios. La fe genuina no es solo creer con la mente, sino actuar con el corazón. Los que son justos delante del Señor son aquellos que viven confiando en Él, sin depender de sus propias fuerzas ni de sus méritos. Son humildes, mansos y obedientes. A estos, Dios les concede la victoria sobre toda circunstancia. Su confianza está puesta completamente en el Señor, y por eso, aunque vengan tiempos difíciles, permanecen firmes, sabiendo que su sustento viene del cielo.
He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.
Habacuc 2:4
Este poderoso versículo fue pronunciado por el profeta Habacuc en medio de un tiempo de incertidumbre y juicio. El pueblo de Israel enfrentaba tiempos oscuros, y muchos habían perdido la fe. Pero Dios, a través del profeta, dejó un mensaje claro: el orgullo lleva a la ruina, pero la fe lleva a la vida. “Aquel cuya alma no es recta” representa al hombre que confía en sí mismo, que se cree autosuficiente y no necesita de Dios. Su camino puede parecer exitoso por un tiempo, pero termina vacío y sin propósito. En cambio, “el justo por su fe vivirá” significa que quien confía en el Señor, quien se mantiene recto aunque todo a su alrededor tiemble, hallará vida abundante y eterna. Esta misma verdad fue reafirmada por el apóstol Pablo en Romanos 1:17, recordándonos que la salvación no se gana por obras, sino por la fe que transforma el corazón.
Aquel que no es recto, sigue sus propios deseos y camina según su conveniencia. No busca agradar a Dios, sino satisfacer su ego. Pero el justo, aquel que ha sido transformado por la gracia, vive confiando en que Dios es quien lo sostiene. Su guía no son las emociones ni las apariencias, sino la Palabra eterna. La fe se convierte en su brújula, y la obediencia, en su camino. Cuando el justo enfrenta tribulaciones, no se desespera; cuando enfrenta escasez, no se queja; y cuando recibe bendiciones, no se enorgullece. Su mirada está puesta en Cristo, el autor y consumador de su fe.
De manera que, amados hermanos, no permitamos que la carne sea quien dirija nuestros pasos. Los deseos del mundo son temporales y engañosos; prometen placer, pero terminan en vacío. En cambio, la fe nos conduce a la vida eterna. Caminemos, pues, por la fe y no por la vista. Aunque no entendamos todo lo que Dios hace, confiemos en que Su voluntad es buena, agradable y perfecta. Dejemos que la fe moldee nuestras decisiones, que dirija nuestros pensamientos y que gobierne nuestras emociones. La vida del creyente debe ser un testimonio de confianza constante en el Señor, aun cuando las circunstancias parezcan contrarias.
No nos dejemos cegar por los deseos de este mundo ni por las falsas promesas de riqueza y poder. La verdadera victoria no está en lo material, sino en permanecer fieles a Cristo hasta el final. Vivamos por la fe, permitiendo que nuestras acciones reflejen nuestra esperanza en el Señor. No busquemos satisfacer los impulsos de la carne, sino agradar a Aquel que nos salvó. Que cada día sea una oportunidad para fortalecer nuestra fe, caminar en justicia y depender más de Dios. Al final del camino, los justos verán la recompensa de su fidelidad, y el Señor mismo les dirá: “Bienaventurado aquel siervo fiel, porque por su fe vivió y alcanzó la corona de la vida.”
Hermanos, aferrémonos a esta verdad: el justo por la fe vivirá. No por lo que ve, ni por lo que siente, sino por la confianza firme en el Dios que nunca falla. Si caminamos en fe, seremos sostenidos por Su gracia. Que la fe sea el motor que impulse nuestras vidas, la luz que guíe nuestros pasos y el escudo que nos proteja del mal. Vivamos cada día creyendo, esperando y obedeciendo, sabiendo que el que vive por la fe, vivirá para siempre en la presencia de Dios. Amén.