Que vuestro amor abunde aun más y más

El amor de Dios debe estar dentro de nuestros corazones, que abunde y se reflejen a los demás porque este amor es puro y verdadero y es capaz de transformar cualquier vida.

Siempre bajo la voluntad de Dios debemos procurar que este grande amor sea sincero y pedirle a Dios que siga fluyendo cada día. Su amor tan grande llega y transforma todo.

El siguiente versículo nos habla acerca de una petición del autor para que el amor de este pueblo sea en abundancia y conocimiento:

Esta oración se nota que era muy sincera de parte del apóstol Pablo, pidiendo a los Filipenses que sean sinceros e irreprensibles delante de Dios, una oración perfecta y de peso.

Así que, hermanos en Cristo, seamos diligentes en el Señor, prestemos mucha atención a lo que el apóstol pedía a los Filipenses, actuemos con mucho amor día a día, seamos irreprensibles y sinceros delante de Dios.


Ahora bien, es importante reflexionar en que el amor de Dios no es un sentimiento pasajero, sino una decisión firme que cambia la manera en la que tratamos a los demás. El ser humano tiende a amar de manera condicional, pero el amor de Dios nos enseña a amar de forma incondicional, incluso a quienes no lo merecen. Cuando Pablo pidió a los filipenses que su amor abundara más y más, estaba señalando que este amor debía crecer continuamente, nunca estancarse.

Este amor se convierte en un estilo de vida que guía nuestras palabras, decisiones y acciones. Una persona llena del amor de Dios es paciente, humilde, comprensiva y capaz de perdonar, porque entiende que también ha sido perdonada por el Señor. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué tanto está creciendo el amor de Dios en nosotros? ¿Está solo en palabras o también en obras?

El apóstol también relaciona el amor con la ciencia y el conocimiento, porque no se trata de un amor ciego, sino de un amor consciente, que sabe discernir entre lo bueno y lo malo. Un creyente que ama con conocimiento es aquel que no actúa por impulso, sino que sabe aplicar los principios de la Palabra de Dios en cada situación.

Por ejemplo, amar a un hermano en Cristo no significa aprobar sus malas acciones, sino exhortarlo con ternura y firmeza para que vuelva al camino del Señor. Amar a un enemigo no significa acercarnos ingenuamente a quien busca hacernos daño, sino mostrar misericordia orando por él y guardando el corazón sin rencor. En esto vemos que el amor verdadero siempre está acompañado de sabiduría.

El amor abundante de Dios también nos fortalece en medio de las pruebas. Cuando enfrentamos dificultades económicas, enfermedades o conflictos familiares, ese amor nos sostiene y nos ayuda a no caer en la desesperación. El mismo Pablo que oraba por los filipenses experimentó en carne propia este amor en medio de cárceles, persecuciones y escasez, pero nunca dudó de la fidelidad de Dios.

Querido lector, es fundamental que no dejemos que el amor de Dios se enfríe en nuestros corazones. Hoy más que nunca, en un mundo lleno de odio, división e injusticia, los cristianos estamos llamados a ser portadores de ese amor que no tiene límites. Amar a los demás no es opcional, es un mandamiento del Señor que refleja nuestra verdadera identidad como hijos de Dios.

Para lograrlo, debemos orar constantemente, pedir al Espíritu Santo que nos llene y practicar el amor en lo cotidiano: en el trato con la familia, en el respeto al prójimo, en el perdón al que nos ofende y en la ayuda al necesitado. De esta manera cumplimos lo que Pablo pedía: que el amor abunde cada día más, acompañado de ciencia y conocimiento.

Conclusión: El amor de Dios no tiene límites, y nosotros somos llamados a reflejarlo en todo momento. No se trata solo de un ideal espiritual, sino de una práctica diaria que nos hace irreprensibles delante de Él. Así como Pablo oraba por los filipenses, también hoy el Señor espera que nuestro amor crezca y se multiplique, para que en medio de un mundo sin esperanza, podamos ser luz y testimonio vivo del poder transformador de Dios.

Glorificad a Dios Porque habéis sido comprados por precio
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