El amor de Dios hacia nosotros es inagotable, infinito. Su amor es tan grande que nos transforma, porque Él es tan misericordioso que aun nosotros estando en falta, Su perdón nos alcanza.
Es bueno atender al llamado de nuestros Dios a tiempo, vayamos delante de Él, presentémonos y alabemos Su nombre, acerquémonos a Él y dejemos todo lo que está mal, porque es claro que el pecado nos hace perecer.
Si somos obedientes delante de nuestro Dios y actuamos como Él nos manda, seremos librados de la ira venidera. Seamos entendidos en cuanto a Su amor y misericordia.
18 que tienes mucho amor y paciencia, y que por eso perdonas al pecador. Tú has dicho que castigas a los hijos, a los nietos y a los bisnietos, por la maldad de sus padres.
Números 14:18
En el versículo anterior Moisés estaba intercediendo por el pueblo de Israel para que Dios no los consumiera, pues los israelitas se habían rebelado contra Dios de tal manera que Dios quiso destruir al pueblo (Números 14:12). Pero Moisés apeló a la misericordia de Dios para que el pueblo fuese perdonado.
De la misma manera podemos pedir hoy a Dios que nos perdone por todos los errores que hemos cometido delante de Su presencia. Hermanos, tratemos de andar de manera recta en los caminos de Dios, pidámosle sabiduría y fuerza para no pecar, y siempre pidamos perdón si hemos cometido algún error delante de Él, para poder morar con Él por toda la eternidad.
El amor de Dios es eterno
A lo largo de toda la Biblia podemos ver que el amor de Dios es eterno, no cambia, no se agota. Jeremías 31:3 nos recuerda: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Esta declaración nos muestra que, aunque fallemos, aunque nos apartemos, el amor de Dios siempre está dispuesto a recibirnos y restaurarnos. Esto nos da la seguridad de que nunca estaremos solos, porque Su fidelidad permanece para siempre.
Muchos buscan en el mundo un amor que les dé paz y sentido a la vida, pero el único amor verdadero que transforma y permanece para siempre es el amor de Dios. Los amores humanos fallan, se desgastan, se rompen con el tiempo; pero el amor de nuestro Señor es perfecto y nos guía hacia la salvación. Cuando comprendemos esto, entendemos que nuestra vida cobra propósito y que todo lo que hacemos debe estar dirigido a agradar a Aquel que nos amó primero.
El perdón que transforma
El perdón de Dios es otra manifestación clara de Su amor. El apóstol Juan lo expresó con gran claridad en 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Esta promesa sigue siendo vigente para todos los que se acercan con un corazón arrepentido. Dios no rechaza a un corazón contrito, sino que lo recibe y lo transforma para darle nueva vida.
Muchas veces, cargamos con culpas del pasado que nos impiden avanzar. Sin embargo, el amor de Dios rompe esas cadenas y nos invita a comenzar de nuevo. La misericordia divina no se limita a perdonarnos, sino que también nos limpia y nos da la capacidad de caminar en santidad. No se trata de lo que nosotros podamos hacer, sino de lo que Cristo ya hizo por nosotros en la cruz.
Una invitación a vivir en gratitud
Si reconocemos todo lo que el amor de Dios ha hecho en nuestras vidas, lo mínimo que podemos hacer es vivir en gratitud. Esto implica obediencia, fidelidad y adoración. La gratitud no se demuestra solo con palabras, sino también con acciones que reflejen a Cristo en nosotros. Amar al prójimo, perdonar a quienes nos ofenden, servir con humildad y mantenernos firmes en la fe son frutos de una vida agradecida al Señor.
Además, cuando somos agradecidos, nuestro corazón se mantiene lleno de paz. No vivimos quejándonos por lo que no tenemos, sino disfrutando de lo que Dios ya nos ha dado. La gratitud nos acerca más a Dios y nos permite reconocer cada día Sus maravillas en lo grande y en lo pequeño.
Conclusión
El amor de Dios es la mayor demostración de esperanza para la humanidad. Moisés intercedió por el pueblo confiando en esa misericordia, y hoy nosotros podemos acercarnos con la misma certeza de que Dios nos perdona y nos transforma. Vivir bajo Su amor nos libra de la condenación, nos da propósito y nos impulsa a reflejarlo en nuestra vida diaria. Que nunca olvidemos que el amor de Dios es inagotable y eterno, y que en Su gracia encontramos la verdadera paz.